Un certero trabajo de brujeria

Soy una persona inteligente, por eso nunca he creído en curanderos, charlatanes, videntes y brujos. Para mí todo eso no eran más que estupideces, supersticiones irracionales para sacar  el dinero de los incautos jugando con sus vanas esperanzas… hasta hoy.

 

Ya no puedo pensar lo mismo. Ahora sé que ese mundo es diabólicamente real.

 

Todo comenzó esta mañana. Me he despertado a las seis  con la idea fija de acabar la escena de una novela que tenía pendiente pues, como sabes, soy escritor. Sin embargo, no he podido hacerlo.

 

Nada más abrir los ojos, me he dado cuenta del fuerte dolor de cabeza que padezco. Enciendo la luz y al hacerlo observo extrañado que apenas puedo ver a consecuencia de una ligera bruma que cubre mis ojos, como una fina telaraña que me impide una correcta visión. Noto además que me duelen los oídos y que mis articulaciones parecen pesadas. Apenas puedo andar pero consigo llegar al cuarto de baño. Quizá una buena ducha me haga recobrar fuerzas.

 

Al mirarme al espejo apenas me reconozco. La palidez del rostro me sobrecoge y la muerta mirada de mis ojos me hace estremecer. Agacho la cabeza y me lavo la cara. Evito volver a mirarme en el espejo.

 

Consigo ducharme pero apenas noto diferencia en mi cuerpo salvo un intenso dolor en el estómago y un nudo en la garganta que ha provocado que se me seque completamente. Carraspeo para evitar el picor y me dan arcadas. Estoy a punto de vomitar.

 

Lo hago. En mitad del baño. Los restos de comida caen al suelo, sobre mis pies. La cena de anoche está ahora allí, aderezada con bilis y pequeños fragmentos coagulados de sangre. Es terrible.

 

Con una sed abrumadora, me dirijo a la cocina y abro la nevera con el ansia de coger un cartón de leche,  pero nada más abrir la puerta un hedor insoportable, putrefacto, sacude mi rostro. Todos los alimentos parecen haberse podrido. Carne, fruta, embutidos, bebida, tomates… Enfurecido cierro la puerta de golpe con tal fuerza que la portezuela del congelador se abre suavemente. Sintiendo una curiosidad que no puedo explicar, abro la pequeña portezuela y descubro algo extraño. Dentro de un bote de cristal puede divisarse un papel. Frunciendo el ceño alargo la mano y noto el frío del hielo pero no le doy más importancia que la que tiene. Cojo el tarro de cristal y lo saco del congelador. No sé qué puede ser, no recuerdo haber guardado nada allí.

 

Lo abro sin problema alguno y saco el papel que hay en su interior. Es una fotografía mía.

 

¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Quién ha guardado una fotografía de mi cara en el congelador?

 

Al dorso de la imagen hay inscrito algo. Es la fecha de hoy.

 

Turbado y desconcertado, intentado soportar la pesadez de mi cuerpo, los dolores irritantes que cada vez son mayores, llegando incluso a mis dientes, me siento en el sofá del salón. Miro a mi alrededor y apenas reconozco mi casa. ¡Un momento! ¿Qué es eso?

 

En una esquina, semioculto, asoma algo tras un cuadro. Me levanto. Esta vez me cuesta mucho hacerlo y temo que en cualquier momento no pueda volver a moverme.

 

Llego hasta el punto que me ha llamado la atención y cojo el objeto que parece haber sido escondido. Es algo pequeño, negro.

 

¡Un muñeco!

 

Tiene agujas clavadas en la cabeza, concretamente en los ojos  y oídos y si le echamos un poco de imaginación podría parecerse a mí; es más, el muñeco está vestido con trozos de mi ropa. ¿Qué ocurre?

 

Creo que me queda poco tiempo de vida. Alguien está haciendo brujería sobre mi persona y ese “trabajo” está surtiendo efecto. Suena el teléfono. Intento correr hacia él. Tal vez pueda pedir ayuda, un médico, un curandero, alguien o algo que  alivie el mal que me aqueja.

 

-¿Quién es?

 

-¡Hola!.-contesta una voz de mujer.

 

-¿Quién llama?

 

-¿Quiere que le eche las Cartas?.-pregunta.

 

-Se ha equivocado.-respondo frustrado sin apenas entender la situación.

 

-Yo creo que no.-dice la voz de mujer, esta vez con un tono más grave.-¿Sabe lo que tiene que hacer para anular la maldición?

 

-¡Por favor, dígamelo!.-grito de manera desesperada sin comprender cómo esa mujer sabe lo que estoy pasando.

 

Lo hace. Es sencillo. Muy sencillo.

 

Me cuesta llegar al ordenador pero lo consigo. Mi cuerpo apenas responde mis indicaciones y la cabeza está a punto de estallarme.

Hago caso a la mujer del teléfono y escribo todo lo que me ha pasado. Ahora solo queda un pequeño paso para que la maldición sobre mi persona desaparezca. Para ello, otro inocente deberá cargar con la culpa.

 

Lo siento de verás por el desconocido que se encuentre leyendo este relato, porque la voz del teléfono me ha asegurado que para librarme de este mal, solamente tengo que lograr que una persona acabe de leer estas líneas, entonces, la maldición dejará de atormentarme para trasmitirse al lector.

 

Sí, es posible que estas cosas no sean más que tonterías pero yo, en estos momentos, comienzo a sentirme mejor... ¿Y tú?

 

 
 
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