Cita con la muerte

El motor del coche rugía bajo la lluvia. Dentro del vehículo, un hombre barbudo de cuarenta años se aferraba al volante y mantenía los ojos clavados en la poca visibilidad que facilitaba la lóbrega  tormenta que se había desatado apenas hacía veinte minutos. El cielo, cubierto de un manto oscuro y tenebroso, arrojaba agua como si deseara ahogar a todos los habitantes del planeta. Las gotas de lluvia golpeaban la carrocería y el ruido que producían estaba poniendo de los nervios al hombre que dudaba si detenerse en el arcén para protegerse  del temporal o seguir conduciendo hasta su destino final. Optó por continuar adelante. Tenía un trabajo que realizar  y no podía faltar a su cita ni retrasarse. El cielo se iluminaba cada pocos segundos para dejar paso a fuertes explosiones que hacían retumbar los cristales del automóvil. Estaba claro que el hombre conducía bajo el epicentro de la tormenta.

 

No se detuvo. Levantó el pie del acelerador pero siguió conduciendo colocando todos y cada uno de los sentidos sobre la calzada. Los faros del coche apenas desgarraban la oscuridad, una oscuridad que parecía agitarse en la noche, bajo el diluvio, como seres diabólicos y amenazantes. Entonces, casi de refilón, sus ojos detectaron movimiento a un lado del camino.

 

No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Una figura caminaba por la derecha, bajo el aguacero. Llevaba un traje de agua de color verde completamente empapado y portaba una vieja maleta. El hombre arrugó su rostro en señal de sorpresa y aminoró más aún la velocidad. ¿Quién en su sano juicio podía estar caminando por la carretera a esas horas y con semejante temporal?

 

Tocó la bocina manteniendo aún la sorpresa anclada en su rostro pero la figura siguió caminando, como si aún no se hubiera percatado de su presencia. El hombre apenas podía vislumbrar con detalle la figura que deambulaba y más parecía una masa verde oscura que chorreaba agua que una persona desorientada. Le llamó la atención la maleta que portaba en su mano izquierda. Por lo que podía intuir, pesaba demasiado y la figura se detenía cada pocos metros para dejarla en el suelo y al instante agarrarla con la otra mano. El hombre miró el reloj del salpicadero y masculló una maldición que arrojó a través de sus dientes apretados. Llegaba tarde. Y podía tener problemas por ello si no resolvía el asunto de forma satisfactoria. A veces ocurría, pocas, la verdad, pero se les permitía una serie de errores si estaban justificados aunque una tormenta, por muy terrible que  fuera, no entraba dentro de esas “anomalías que te permiten faltar a la cita”. De cualquier modo, la realidad era que no llegaba, que la persona con la que había quedado iba a librarse de su encuentro y era evidente que tenía que poner remedio a una situación que por mucho que adornara en su informe le podría ocasionar serios problemas. Entonces, sabiendo que su cita se anulaba en ese preciso instante y que hiciera lo que hiciese no podría llegar,  prestó mayor atención a la figura que caminaba delante suyo y se encogió de hombros: Ahí estaba la solución.

 

Tocó la bocina y el ruido quedó ahogado por el retumbar de un poderoso trueno, después, un nuevo relámpago alumbró la escena para apagarse de inmediato y permitir  el rugido del cielo enfurecido. Volvió a presionar el claxon y esta vez la figura se detuvo en seco. El hombre vio que se giraba unos instantes. Llevaba una capucha puesta por lo que su rostro permaneció oculto bajo ella, ayudado por el manto de oscuridad que cubría   el exterior. Aún así, la figura comenzó a caminar hacia el coche.

 

El hombre no dudó en ningún momento en apretar el botón para bajar la ventanilla que estaba situada a su derecha. Observó un momento la oscuridad que reinaba a su alrededor, iluminada tenebrosamente por los relámpagos que se sucedían ininterrumpidamente, como latigazos en la espalda de un esclavo, y se estremeció notablemente. Miró  la figura que caminaba hacia el coche. Era una masa deforme envuelta en un traje de agua completamente empapado. Vio que esa figura alargaba la mano. En un primer momento el hombre pensó que la figura asomaría su cabeza para preguntar si podía subir pero dado el aguacero que estaba cayendo y el frío que entraba por el hueco que había dejado el cristal, era comprensible que  decidiera entrar directamente; él habría hecho lo mismo.

 

La puerta del coche se abrió y la figura pronunció algo con una voz que sonó muy débil, apenas perceptible. No pudo ver su rostro, que permanecía oculto bajo la capucha del traje de agua. Con un moviendo rápido, entre truenos y relámpagos y el sonido de un viento que trataba de llevarse violentamente las intensas gotas de agua para traer otras muchas en su lugar, la figura agarró la maleta y la colocó en la parte trasera, después, aún en el exterior, se quitó rápidamente el traje de agua y lo dejó caer en el  suelo. Se introdujo en el coche tomando asiento, cerró la puerta y volvió su rostro hacia el conductor.

 

El hombre abrió la boca, estupefacto, y no pudo evitar echar un exhaustivo vistazo a la mujer que se había sentado junto a él.

 

Abrió tanto los ojos que a punto estuvieron de salírsele de sus órbitas al contemplar las hermosas piernas que habían quedado al descubierto cuando la corta falda negra se subió más allá de la mitad de los muslos.  Recorrió aquellas piernas lentamente con la mirada y se fijó en los bonitos zapatos de tacón de aguja que cubrían sus pies. A pesar del traje de agua que había pretendido protegerla de la lluvia, el cuerpo de la mujer estaba completamente mojado y no pudo evitar que sus ojos  se posaran en la camisa blanca de manga corta que tenía pegada y que descubría, bajo la tela húmeda, un busto enorme libre de cualquier atadura; los pezones erectos se marcaban tras la fina tela. El hombre, recuperado parcialmente de la sorpresa, se sintió obligado a levantar la cabeza y descubrió el bello rostro de una mujer de labios finos y cubiertos de carmín. Sus miradas se cruzaron y él se bañó en el color celeste de sus ojos. El pelo rubio y liso de la mujer estaba completamente mojado, lo que le otorgaba un aspecto muy excitante.

 

-¡Qué suerte que has pasado por aquí!.-dijo la mujer bajando la mirada y girando su cuerpo para colocarse el cinturón.-Estoy completamente empapada.

 

El hombre no pudo evitar acariciar con su mirada los pechos de la mujer que podían verse perfectamente tras su ceñida ropa. Los grandes senos se marcaban con tanta fuerza que se imaginó tener la cabeza entre ellos. No dijo nada. Sacudió sus pensamientos, que en ningún momento saltaron de su imaginación, y pisó el acelerador con suavidad mientras la tormenta seguía desencadenada en el exterior. La lluvia caía con fuerza brutal sobre la calzada y el ruido que producía en el coche semejaba al sonido de miles de pájaros que pretendían destruir la carrocería a base de agresivos picotazos. El hombre, mientras conducía bajo el fuerte temporal, no pudo evitar mirar de soslayo las curtidas piernas de la  desconocida, acariciándolas con su mirada. Las vio temblar y estuvo tentado de ofrecerle algo de ropa para que se cubriera pero se lo pensó mejor y siguió conduciendo. Era preferible  verla así…

 

No hablaron durante largo tiempo. El coche parecía internarse a través de una carretera solitaria, como si estuviera accediendo a un mundo siniestro y desconocido del que nunca jamás regresarían.

 

-¿Cómo te llamas?.-dijo finalmente el hombre.

 

La mujer no respondió. Miró hacia ella y la vio con los ojos cerrados. Parecía dormida. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado y el hombre la examinó durante unos instantes. Decidió detener el coche en el arcén. Dejó el motor en marcha. Se volvió hacia ella. ¿Qué edad podía tener? Era una mujer joven, todavía no habría llegado a la treintena y era preciosa. Contempló en silencio cómo el pecho subía y bajaba a causa de su profunda respiración. Examinó sus piernas, con esos muslos relativamente separados, cutidos al sol… subió su mirada y las volvió a posar sobre los turgentes pechos. Abrió la boca y se pasó la lengua por los labios, después contempló la cara de la mujer. Era hermosa. Tenía la boca entreabierta y respiraba tranquilamente. Estuvo a punto de tocarla pero se contuvo. Se colocó nuevamente frente al volante e hizo que el coche avanzara. En silencio, estuvo pensando en la mala suerte que había tenido. El maldito temporal le había retrasado y ésa era la razón, la única razón, de que aquella mujer estuviera sentada en el interior de su coche. Era una desgracia para ella, sin duda, pero se sentía obligado a cubrirse las espaldas y garantizar a sus superiores una solución al problema de por qué la cita no se había producido y el escogido seguía viviendo. “Un alma por otra alma” y todo se quedaría en una pequeña bronca, sin que le abrieran un expediente por su incompetencia. Nunca le había pasado algo parecido, jamás había faltado a su cita pero sabía de otros compañeros que habían salvado el culo haciendo lo que estaba a punto de hacer él. 

 

 

Inmerso en sus pensamientos, el coche continuó avanzando por la carretera desierta. La tormenta, embravecida, seguía sacudiendo el exterior y el cielo, agresivo y violento, amenazaba con caerse en cualquier momento. El manto oscuro y terrorífico que lo cubría cada minuto que pasaba adquiría un aspecto más temible. En algún momento, el hombre se sintió observado y al girar su cabeza descubrió que la mujer lo contemplaba con el  rostro cansado a través de sus grandes y hermosos ojos.

 

-Es una pena.-murmuró el hombre volviendo la vista al frente.

 

-¿El qué?

 

-Tenía una cita, un trabajo que realizar y no he llegado a tiempo.

 

-¿Era muy importante?.-preguntó la mujer moviéndose incómoda en el asiento.

 

-Para mí solo es un trabajo pero para ellos, para mis jefes, es de vital importancia claro.

 

-¿Y vas a tener problemas?

 

El hombre permaneció en silencio varios segundos antes de contestar y lo hizo  sin apartar la mirada de la carretera.

 

-No, gracias a ti no los tendré.

 

El cuerpo de la mujer sufrió una pequeña sacudida, como si hubiera intuido el peligro  y pensando que quizá podría tomar  la decisión de saltar con el vehículo en marcha, el hombre pisó un poco más el acelerador y se internaron, más aún, en la oscuridad.

 

-¿Cómo te gustaría morir?

 

La pregunta  explotó dentro de la cabeza de la mujer que abrió sus grandes ojos y los pegó en la silueta del hombre, que seguía con la vista al frente, aferrando el volante con fuerza.

 

-No tengas miedo.-el hombre desvió su rostro hacia la mujer, mantenía en el interior de sus ojos un brillo de tristeza.-No puede ser de otro modo.

 

-Detén el coche, por favor.-pidió la mujer poniéndose tensa.

 

El hombre suspiró consternado y aceleró un poco más. El sonido del motor, que ahora rugía con potencia, se confundió con el ruido de los truenos que  gritaban  sobre sus propias cabezas.

 

-A las dos y cuarto de la madrugada, en un pueblo que aún está a varios kilómetros de distancia, un hombre de 58 años tenía que morir.

La mujer miró inconscientemente el reloj del salpicadero. Marcaban las tres y media.

 

-Yo tenía un trabajo que realizar, debía matar a ese hombre a la hora indicada y no he podido llegar…

 

-Eres un asesino.-dijo la mujer con una entonación que pareció convertirse en  una pregunta.

 

-Sí y no.-dijo el hombre sin dejar de mirar la carretera.

 

-¿Por qué tenías que matarlo? ¿Qué es lo que te había hecho?

 

-A mí nada, la verdad. No lo conozco.-suspiró el hombre con cierto tono de resignación.-Yo soy un simple empleado…

 

-¿Un asesino a sueldo?.-preguntó la mujer que  llevó una  mano a la puerta y con la otra se aflojó el cinturón.

 

-Podría decirse así.-respondió pensativo el hombre.-Pero no exactamente.

 

-¿Por qué tenía que morir ese hombre?

 

-No lo sé, la verdad. Yo no hago preguntas. Tenía que visitarlo a las dos y cuarto exactamente  para llevármelo.

 

-¿Llevártelo?

 

-Sí, así funciona esto…

 

La mujer logró quitarse el cinturón completamente e intentó abrir la puerta decidida a saltar para huir pero por más que lo intentó no pudo hacerlo. Miró espantada  hacia el hombre y se encontró con su mirada. La observaba con lástima.

 

-Eres una preciosidad.

 

-No me hagas nada, por favor…

 

-No tengo alternativa.-suspiró el hombre.

 

-Claro que la tienes. Puedes dejarme marchar.

 

-Entonces yo tendré problemas.

 

-¿Por qué?

 

-Es complicado.  Ese hombre no ha muerto y en su lugar tengo que entregar otra alma. Esto funciona así, ¿Entiendes?

 

-¿Otra alma?

 

-¡Tengo que matarte! ¡Dime cómo quieres morir!

 

La mujer permaneció en silencio sin entender las extrañas palabras que el hombre pronunciaba.

 

-Por favor.-volvió a decir.-Dime cómo quieres morir.

 

-Por qué yo…

 

-¡Porque estás aquí! ¡Porque ese hombre no ha muerto! ¡Porque tengo que hacer mi trabajo!  He fallado y debo asumir mi responsabilidad pero si te entrego a ti, si acabo contigo, entonces ellos me darán otra oportunidad.

 

-¿Quién eres?.-preguntó la mujer asustada.

 

El hombre detuvo el coche en seco, en mitad de la carretera. La lluvia caía con extrema violencia sobre la carrocería, los relámpagos permitían que las sombras se redujeran a tenues penumbras que se apagaban al instante  cuando los berridos de las nubes rugían con potencia. Sin dejar de sujetar el volante, sin dejar de mirar hacia el frente, el hombre contestó a la pregunta que la mujer le había formulado:

 

-Soy la muerte.

 

Tras aquellas palabras, la tormenta pareció detenerse al instante y un silencio ominoso se adueñó del interior del vehículo. Tan sólo la respiración agitada de la mujer podía escucharse. El hombre desvió la cabeza y la  miró directamente.

 

-No quiero matarte pero no tengo otra opción. Si no les entrego un alma inmediatamente ellos perderán la paciencia y entonces…

 

-¿Quiénes son ellos?

 

-No lo sé.-respondió el hombre con sinceridad.-Pero se alimentan de las almas y es su hora de comer.

 

Miró una vez más el bello cuerpo de la mujer, la vio temblar, quizá de frío, probablemente de miedo y la devoró con la mirada. Era demasiado hermosa para perder la vida tan pronto. Si pudiera encontrar a alguien más, alguien que estuviera tan cerca como esa mujer, alguien que no le importara en absoluto, que le diera exactamente igual si vivía o si por el contrario moría… entonces podría…

 

De pronto, el hombre ladeó la cabeza y tuvo una idea. Sonrió  Era una completa locura, un pensamiento absurdo,  pero podría funcionar. Pulsó un botón junto al volante y los pasadores de las puertas subieron, produciendo un sonido desagradable. 

 

-Márchate.-dijo.

 

La mujer abrió la puerta y salió rápidamente del coche. Permaneció unos instantes mirando hacia el hombre, creyendo que quizá él también saldría para agredirla, matarla y dejar su cadáver junto a la carretera pero el hombre permaneció sentado frente al volante. La mujer comenzó a correr, alejándose por el mismo lugar por el que habían venido, recorriendo la carretera sin mirar atrás. La oscuridad la devoró y su silueta desapareció engullida por las sombras.

 

El hombre forzó una sonrisa y contempló sus ojos oscuros en el espejo retrovisor, después salió del coche.

 

Necesitaba a alguien que estuviera muy cerca,  quedaba poco tiempo para tranquilizarlos, tenía que entregar un alma, el alma de  alguien que se encontrara en las cercanías y solamente se le ocurrió adueñarse de una de las personas que de algún modo había formado  parte de todo aquello desde el principio…

 

Giró su cabeza en varias direcciones hasta que encontró un punto concreto y comenzó a caminar lentamente hacia allí. La figura del hombre cada vez resultaba más grande, como si se estuviera acercando al objetivo de una cámara, como si todo esto no fuera más que una película y su imagen ocupara toda la pantalla de un viejo televisor.  Se aproximaba, despacio, sin prisa. Su imagen cada vez era más grande, cada vez estaba más cerca,  hasta que su rostro, en el que mantenía una expresión de esquiva frialdad, cubrió por completo toda la escena.

 

Ahora solamente eran sus ojos enormes, oscuros y tenebrosos, los que miraban hacia el frente  a través de aquél objetivo, de aquella ficticia cámara,  para clavarlos  directamente sobre  la persona que estaba leyendo esta historia. 

 

Sonrió.

 

Las palabras en la pantalla, que hasta ahora habían permanecido estáticas,  parecieron temblar detectando la inquietud del lector, que no apartaba sus ojos de estas líneas, sorprendido por el inesperado giro que habían tomado. 

 

Y entonces, a medida que la persona que leía  iba recorriendo estas frases, las palabras comenzaron A CONVERTIRSE EN MAYUSCULAS Y LA VOZ DE LA MUERTE ESCRIBIÓ   UNA PREGUNTA TERRIBLE QUE LO DEJO PETRIFICADO:

 

QUERIDO LECTOR, AMADA LECTORA, ¿COMO QUIERES MORIR?

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-Por favor.-volvió a decir.-Dime cómo quieres morir.

 

-Por qué yo…

 

-¡Porque estás aquí! ¡Porque ese hombre no ha muerto! ¡Porque tengo que hacer mi trabajo!  He fallado y debo asumir mi responsabilidad pero si te entrego a ti, si acabo contigo, entonces ellos me darán otra oportunidad.

 

-¿Quién eres?.-preguntó la mujer asustada.

 

El hombre detuvo el coche en seco, en mitad de la carretera. La lluvia caía con extrema violencia sobre la carrocería, los relámpagos permitían que las sombras se redujeran a tenues penumbras que se apagaban al instante  cuando los berridos de las nubes rugían con potencia. Sin dejar de sujetar el volante, sin dejar de mirar hacia el frente, el hombre contestó a la pregunta que la mujer le había formulado:

 

-Soy la muerte.

 

Tras aquellas palabras, la tormenta pareció detenerse al instante y un silencio ominoso se adueñó del interior del vehículo. Tan sólo la respiración agitada de la mujer podía escucharse. El hombre desvió la cabeza y la  miró directamente.

 

-No quiero matarte pero no tengo otra opción. Si no les entrego un alma inmediatamente ellos perderán la paciencia y entonces…

 

-¿Quiénes son ellos?

 

-No lo sé.-respondió el hombre con sinceridad.-Pero se alimentan de las almas y es su hora de comer.

 

Miró una vez más el bello cuerpo de la mujer, la vio temblar, quizá de frío, probablemente de miedo y la devoró con la mirada. Era demasiado hermosa para perder la vida tan pronto. Si pudiera encontrar a alguien más, alguien que estuviera tan cerca como esa mujer, alguien que no le importara en absoluto, que le diera exactamente igual si vivía o si por el contrario moría… entonces podría…

 

De pronto, el hombre ladeó la cabeza y tuvo una idea. Sonrió  Era una completa locura, un pensamiento absurdo,  pero podría funcionar. Pulsó un botón junto al volante y los pasadores de las puertas subieron, produciendo un sonido desagradable. 

 

-Márchate.-dijo.

 

La mujer abrió la puerta y salió rápidamente del coche. Permaneció unos instantes mirando hacia el hombre, creyendo que quizá él también saldría para agredirla, matarla y dejar su cadáver junto a la carretera pero el hombre permaneció sentado frente al volante. La mujer comenzó a correr, alejándose por el mismo lugar por el que habían venido, recorriendo la carretera sin mirar atrás. La oscuridad la devoró y su silueta desapareció engullida por las sombras.

 

El hombre forzó una sonrisa y contempló sus ojos oscuros en el espejo retrovisor, después salió del coche.

 

Necesitaba a alguien que estuviera muy cerca,  quedaba poco tiempo para tranquilizarlos, tenía que entregar un alma, el alma de  alguien que se encontrara en las cercanías y solamente se le ocurrió adueñarse de una de las personas que de algún modo había formado  parte de todo aquello desde el principio…

 

Giró su cabeza en varias direcciones hasta que encontró un punto concreto y comenzó a caminar lentamente hacia allí. La figura del hombre cada vez resultaba más grande, como si se estuviera acercando al objetivo de una cámara, como si todo esto no fuera más que una película y su imagen ocupara toda la pantalla de un viejo televisor.  Se aproximaba, despacio, sin prisa. Su imagen cada vez era más grande, cada vez estaba más cerca,  hasta que su rostro, en el que mantenía una expresión de esquiva frialdad, cubrió por completo toda la escena.

 

Ahora solamente eran sus ojos enormes, oscuros y tenebrosos, los que miraban hacia el frente  a través de aquél objetivo, de aquella ficticia cámara,  para clavarlos  directamente sobre  la persona que estaba leyendo esta historia. 

 

Sonrió.

 

Las palabras en la pantalla, que hasta ahora habían permanecido estáticas,  parecieron temblar detectando la inquietud del lector, que no apartaba sus ojos de estas líneas, sorprendido por el inesperado giro que habían tomado. 

 

Y entonces, a medida que la persona que leía  iba recorriendo estas frases, las palabras comenzaron A CONVERTIRSE EN MAYUSCULAS Y LA VOZ DE LA MUERTE ESCRIBIÓ   UNA PREGUNTA TERRIBLE QUE LO DEJO PETRIFICADO:

 

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