Cuestión de tiempo

 

CUESTION DE TIEMPO

 

“Las Aventuras de Tom Carella”

 

EXTRACTO I

 

 

Si no se había volado la tapa de los sesos fue precisamente por los dos niños que yacían muertos en el suelo. Uno de ellos tenía la garganta rota, destrozada y aún así no tardaría en levantarse de nuevo. El otro había recibido un mordisco en el brazo y en apenas un par de horas la infección se había extendido como si el mismísimo Diablo le hubiera arrancado de cuajo su inocente alma.

 

Había sido espantoso. Hizo lo indecible para evitar el sufrimiento del chiquillo  pero no fue suficiente y ahora Tom se encontraba desolado. 

 

Jamás podría quitarse de la cabeza el horrible sufrimiento del pequeño, la agonía del niño que gritaba de dolor mientras la herida dejaba de sangrar para después comenzar a infectarse de un modo repugnante. Una costra oscura y espeluznante creció alrededor del mordisco para ir conquistando el resto del brazo. Ver crecer esa masa tenebrosa en el cuerpo del pequeño resultó algo que su estabilidad emocional  apenas pudo soportar. El avance inexorable de la infección alcanzando el pecho del niño, cuya piel se oscureció  por momentos hasta rodear su cuello, parecía una mutación extraña e imparable.  La fiebre asaltó al pequeño, que temblaba presa de las convulsiones. El brillo de sus ojos se fue apagando con cada estertor hasta que, por fin, murió.

 

Tom se había refugiado en el rincón del sótano donde permanecía oculto desde que empezó todo esto. Había llorado desconsoladamente y no podía apartar la vista de los cadáveres de los niños. Estaban muertos por su culpa. Las criaturas lograron entrar en el refugio  por la decisión que había tomado. Trataba de exculparse, de convencerse que no hubo otra opción, que la única posibilidad de sobrevivir era intentarlo pero no tuvieron suerte. Los niños murieron y él… él siguió con vida y no podía soportar el peso de la culpa, del arrepentimiento.

 

Al principio eran más personas allí dentro  pero con el tiempo se fueron marchando. No huían. Decidían salir al exterior para conseguir comestibles y cosas que pudiera ir necesitando el grupo. Se lo echaban a suertes. A él nunca le tocó abandonar el sótano. Al principio los exploradores regresaban con muchas cosas, pan, agua, leche, tabaco, ropa, zumos, después cada vez traían menos y finalmente… nunca regresaban. Así hasta que quedaron solamente los tres. Los dos niños muertos y Tom.

 

Cerca de tres meses llevaban encerrados en el sótano. Tres largos meses sin ver la luz del sol. Aquél lugar ya olía de tal manera que resultaba completamente inhabitable. En una esquina podían apreciarse las heces y los charcos  de meado, restos de vómitos y rastros de sangre. Sus cuerpos despedían un olor nauseabundo, quizá de un calibre parecido al de las criaturas que caminaban por las calles y que anhelaban capturar a personas vivas para alimentarse.

 

A Tom le preocupaba la salud de los muchachos. Se habían quedado solos. Por las noches, cuando el silencio era mucho más inquietante, podían escuchar claramente el arrastrar de pies por las calles cercanas, algunos gritos, disparos, coches que se alejaban y cuyo sonido se perdía en la distancia, respiraciones profundas… los niños lloraban y él estaba asustado, tal vez incluso mucho más que ellos. El hambre los estaba debilitando.

 

Sin víveres, con apenas dos o tres botellas de agua, Tom sabía que era cuestión de tiempo que se vieran obligados a salir de su deplorable refugio. De hecho, el sentido común le gritaba constantemente que hacía muchos días que tenían que haberse marchado. Por miedo, por temor, por aquellos niños, Tom no decidió dar tan peligroso y quizá definitivo paso pero ahora no le quedaba otra opción. Además, lo que le llenaba de inquietud era que por las noches escuchaba  esas cosas que permanecían al otro lado de la puerta. Su pestilente olor se colaba por las rendijas, oía el inquietante ruido de las uñas de las criaturas arañar la madera y los fuertes golpes, a veces como si estuvieran llamando y otras… como si quisieran derribar la puerta.

 

Aquella mañana Tom había decidido explorar el exterior. Protegería a los niños con su vida. No estaba muy convencido de que pudieran salir y escapar pero no había otra opción. Morirían si permanecían encerrados en el sótano. Como dije, era solo cuestión de tiempo.

 

Cuando uno de sus antiguos compañeros de refugio regresó con algunos víveres, lo hizo lleno de horror y con una herida en la pierna. Decía que uno de aquellos monstruos le había mordido. No tardó en morir. La piel de su cuerpo se oscureció como cartón mojado, igual que le había sucedido ahora al niño, y murió al poco tiempo. Horas después regresó a la vida. Apenas pudo acabar con él. Mostraba una fuerza extraordinaria, una fiereza suprema pero logró machacarle la cabeza con un tubo de acero del que no se había apartado en ningún momento desde entonces. Aturdido y extasiado arrastró el cadáver hasta conducirlo a una esquina bajo la aterrorizada mirada de los niños. Cuando ellos pudieron dormir, rara vez lo hacían pero a veces el cansancio  vencía sus conciencias, se armó de valor y sacó el cuerpo fuera para evitar que siguieran contemplando la muerte tan de cerca y echó un vistazo al exterior. En ningún momento se le pasó por la cabeza abandonar a los chiquillos, solamente quería averiguar cómo estaban las cosas fuera. Y lo que vio lo llenó de pánico y terror. Regresó al sótano y se sentó junto a los cuerpos dormidos de los niños. Se encogió en un ovillo y se meció, lloriqueando como un niño hasta que se quedó dormido, con la esperanza de salir de allí derruida por el horror que había contemplado en el exterior. Era el fin, y solamente era cuestión de tiempo para que  ellos fueran alcanzados por tamaña monstruosidad.

 

Algo ocurrió en la cabeza de Tom dos o tres días después. Quizá a causa de la desolación, la impotencia, el hambre, la tristeza y el miedo que destilaban los ojos de los niños que ahora estaban a su cargo. No podían permanecer allí durante más tiempo. Habló con los pequeños, que comenzaron a llorar cuando les anunció que los dejaría  solos.

 

-No os preocupéis.-dijo Tom abrazándolos.-No podemos seguir aquí  más tiempo, al menos no de este modo. Hace falta comida, un lugar más amplio y seguro. Esas cosas saben que estamos aquí, deambulan por las calles esperando que salgamos y se acercan por las noches para hacer guardia frente a la puerta. Tengo que salir, buscar comida y encontrar un lugar mejor que este. Os prometo que no os pasará nada y regresaré muy pronto, no os abandonaré. Os doy mi palabra.

 

Lloraron los tres durante mucho tiempo y finalmente Tom se marchó. Nunca olvidará el rostro de desolación de aquellos dos niños cuando le vieron marchar…

 

…regresó con dos bolsas cargadas de víveres y se  topó  la puerta del sótano abierta. Las soltó petrificado por el temor   y corrió hacia el refugio. Encontró una escena terrible. Uno de los chicos estaba muerto, con la garganta destrozada por un enorme  mordisco mientras el otro chico se retorcía en el suelo presa del dolor. La herida en el brazo tenía muy mal aspecto.

 

Maldijo su mala suerte. Golpeó el suelo con los  puños preso de la rabia y la desesperación hasta hacerse añicos los nudillos. La sangre salpicó sus manos y eso no le importó. No sintió dolor, solo un desgarro demoledor en su alma.

 

Tras la muerte de los muchachos, Tom no podía permanecer más tiempo en aquél maldito lugar. Junto a los víveres había encontrado un arma, una pequeña pistola. No había tenido problemas en el exterior, quizá la suerte le hubiera sonreído pero esa misma suerte se había transformado en un cruel monstruo que logró perturbar  su refugio y había asesinado a las dos personas que estaban a su cargo, a las que les prometió que nada les iba a suceder. Tom lloró y lloraría el resto de su vida, le quedara lo que le quedase.

 

Había sopesado la posibilidad de quitarse la vida. De hecho, tenía  clavadas las rodillas en el suelo y con los ojos anegados en lágrimas se colocó el cañón de la pistola sobre la sien. Tal vez no hubiera tenido el valor suficiente, no podía saberlo, pero la imagen de los niños muertos en el suelo, inmóviles, pensó que le darían fuerza  para hacerlo y ése fue precisamente el motivo de que decidiera no matarse, al menos no de momento.

 

Los niños…

 

Volverían a la vida. Tal y como había hecho su amigo y posiblemente tantas otras personas en el mundo. Y regresarían de la muerte convertidos en monstruos ávidos de sangre y carne humana. La idea de que aquellos muchachos caminaran por las calles con el rostro desfigurado y sus frágiles cuerpos devorados lentamente  por una infección inexplicable, persiguiendo a vivos de los que alimentarse, le horrorizada. Lo más sencillo, lo más sensato hubiera sido quitarse la vida y acabar con todo de una maldita vez… o, también era otra posibilidad, escapar del sótano y buscar  supervivientes, una oportunidad de seguir viviendo aunque tuviera que enfrentarse a esas criaturas horrendas que parecían haber surgido de la oscuridad para sembrar el caos y la aniquilación de la raza humana tal y como hoy la conocemos. Sin embargo, no podía permitir que aquellos niños se convirtieran en seres grotescos e inhumanos.

 

Cuando los chicos recobraron la vida supo inmediatamente que había acertado al quedarse allí, aguardando el momento preciso que acababa de llegar.

 

Los dos niños, convertidos ahora en cadáveres vivientes, se levantaron del suelo manteniendo en su rostro una expresión demoníaca y perversa. Los ojos,  blancos completamente, miraban a Tom como si del fondo de un abismo se tratase.  Oyó los extraños sonidos que salían del interior de sus bocas oscuras, la rigidez de sus miembros al moverse y avanzar inexorablemente hacia él. Tom sintió una tristeza extrema al contemplar a los dos niños… pero ya no eran niños sino monstruos hambrientos y despiadados.

 

Agradeció tener la fuerza suficiente para permanecer allí, esperando aquél momento. Le hubiera gustado no haberlos visto convertidos así, en seres maquiavélicos y deformes. Pero se sintió dichoso porque haberles dado la espalda y fallarlos otra vez hubiera sido mucho más doloroso. Si antes de la transformación tenía dudas, al verlos como una broma de mal gusto de un Demonio sin corazón, advirtió que las fuerzas perdidas las recuperaba de inmediato.

 

No dejó que se acercaran demasiado. Alargó el brazo y disparó dos veces. Las balas entraron limpiamente en las cabezas de los niños y sus pequeños cuerpos cayeron al suelo con estrépito. Quedaron quietos, inmóviles, como si nunca se hubieran levantado. Tom permitió que sus ojos dejaran escapar algunas lágrimas y trató de no mirar los cadáveres. Sabía que ya no volverían a levantarse, o al menos quería pensar que en realidad no lo harían.

 

Cabizbajo y triste, Tom salió del sótano y alcanzó la puerta que daba al exterior. Miró hacia la calle. Todo estaba completamente en silencio, como un paraje desolado. Los coches permanecían en mitad de la carretera, muchos de ellos con las puertas abiertas. Descubrió algunos cadáveres parcialmente devorados tirados en la calle, atestados por algunas ratas que se estaban dando un buen festín. Ningún alma viva recorría las calles, tampoco ninguna muerta. Tom se encontraba sólo pero no tenía miedo. Lo que había vivido en aquél sótano las últimas semanas, la pérdida de los niños, su conversión en monstruos, le había cambiado por completo la vida y estaba dispuesto a enfrentarse a todo lo que estuviera por llegar…

 

…por muy perversas, malvadas e inquietantes que fueran las paranoias del escritor que le había dado la vida y peligrosas las aventuras que para él estaban  destinadas

 

 
 
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