Desde hace siglos, los habitantes de las islas Kiribati – en el Pacífico occidental – conviven con enormes calamares que forman parte de su cultura y de sus tradiciones ancestrales. Lo que en un principio parecía ser tan sólo una leyenda, se convierte en algo real según lo ratifican algunos investigadores contemporáneos que han sido testigos directos de ello.
Las Kiribati (llamadas islas Gilbert hasta su independencia de Gran Bretaña) poseen un bagaje mitológico fuertemente entrelazado con lo mágico y con las costumbres de sus habitantes. Según la tradición oral, los primeros dioses creadores de sus tierras fueron el dios piedra Na Atibu y la diosa del vacío Nei Teuke que concibieron varios hijos.
De entre ellos nos interesa Na Kika, el dios pulpo (protagonista de nuestra historia) de quien se dice que utilizó sus tentáculos para hacer emerger la tierra desde el fondo del mar, formando las playas y las rocas. Si nos atenemos a la leyenda, así nacieron los más de treinta atolones e islas que forman el archipiélago, situado al noroeste de Australia.
Grimble, el divulgador de la… ¿leyenda?
Estos territorios fueron colonia británica hasta 1979. Entre 1914 y 1926, sir Arthur Grimble ocupó diversos cargos en el gobierno de las entonces Gilbert, llegando a ser Administrador tanto de ellas como de las cercanas islas Ellice. Este escritor y funcionario se convirtió en un verdadero experto en la mitología y tradición oral de los isleños publicando varias obras sobre el tema, como “A pattern of islands” (o “Whe chose the islands”, en su edición norteamericana), publicada en 1952, cuatro años antes de su muerte.
En ella, en un apartado relativo a la pesca, relata cómo los gilbertienses utilizan curiosas prácticas relacionadas con la magia para enfrentarse a tiburones. Con la sola ayuda de un cuchillo les abren en canal para hacerse con sus genitales, considerados un excelente potenciador de la virilidad. Además de a estos escualos, también se enfrentan cuerpo a cuerpo a grandes pulpos (o calamares gigantes, dependiendo de cuál sea la fuente consultada) en un extraordinario alarde de destreza.
Según el testimonio de primera mano de Grimble, para conservar su dignidad como alto funcionario se vió forzado a participar en esta ceremonia en una ocasión. En el texto no deja muy claro su exacto grado de implicación, pero explica el procedimiento que seguían los lugareños para dar caza a los grandes pulpos.
Según pudo presenciar, un equipo formado por dos nativos se dirige a un arrecife de coral donde habitan estos monstruos marinos. Uno de los miembros de la pareja se zambulle en el agua y se ofrece como cebo ante la cueva del gran pulpo. Cuando se encuentra bien rodeado por sus tentáculos tira de él hacia la superficie. En ese instante el compañero emerge a su lado y le clava un cuchillo en una parte vital de su anatomía.
Según declara el propio funcionario, esta práctica es muy aplaudida por aquellas latitudes… Y, añadimos nosotros, realmente peligrosa, de ser cierta, claro.
Aparece Von Daniken
Ya en una época más reciente como es 1980, tal costumbre continuaba dándose entre los lugareños. Así, al menos, se desprende de las afirmaciones vertidas por Erich Von Daniken en su obra Viaje a Kiribati, publicada un año después.
En dicho libro, el conocido divulgador –que viajó a las islas en julio de 1980- señala como hábitat del calamar gigante (aquí el pulpo se ha transfigurado de nuevo) la laguna que separa Tarawa Norte de Tarawa Sur. Recordemos el pasaje en el que el autor suizo menciona esta circunstancia:
“Teeta (el guía local que le acompañaba ) quería cruzar la laguna antes de que anocheciera, al objeto de evitar los afilados arrecifes de coral, que han rajado más de una barca como cuchillos. Además, a la hora del anochecer es cuando tiburones y calamares gigantes reclaman su pitanza.
Seguimos de buen grado a nuestro ángel negro, pues no teníamos interés por presenciar una lucha entre el calamar y el indígena. El hombre convertido en señuelo vivo nada hacia los tentáculos, y cuando éstos se cierran para rodear a la víctima, un compañero de aquel salta al agua y mata al calamar de un mordisco( sic ) entre los ojos. Nosotros no vimos ninguna de esas espeluznantes peleas, pero dicen que aún hoy son un deporte favorito en las Kiribati meridionales.”
Como podemos suponer, la referencia a los mordiscos tal vez se deba a un exceso de fogosidad por parte del escritor o a una interpretación errónea de la costumbre que le narraron. Ahora bien, dejando de lado este pequeño detalle, ¿qué podemos ver de mito y que de realidad en toda esta historia? A favor de su veracidad solo tenemos los testimonios de Grimble y Von Daniken, aunque este último no goza precisamente de buena reputación en círculos ortodoxos y de todos es conocida su habitual tendencia a la exageración en los datos.
Por otro lado, sabido es que toda leyenda puede tener una parte de verdad que le sirve de apoyo y en la que se sustenta. Y es cierto que en la región del Pacífico meridional existe un floreciente comercio de grandes calamares cuya captura ocupa a importantes flotas pesqueras de medio mundo, si bien no alcanzan el tamaño del mitológico Kraken, por supuesto.
En el otro lado de la balanza, la que niega su realidad, debemos colocar la falta de evidencias físicas que lo avalen. No disponemos de fotografías, restos de animales o estudios de campo rigurosos que puedan probar la presencia de estos colosos en sus aguas. Tampoco se han descubierto en la zona nichos de grandes cetáceos como calderones u orcas (sus principales depredadores) lo que, indirectamente, podría haber indicado su presencia.
A pesar de todo, resulta curioso que la población nativa continúe otorgando validez a la existencia de estos seres. Así, cada vez que cruzan la laguna en sus embarcaciones, arrojan a medio camino una ofrenda de tiras de tabaco para asegurarse el favor de aquellos que habitan en las profundidades y evitar –de este modo- que su travesía acabe de un modo trágico. ¿Se trata sólo de superstición?
Mientras tanto, Na Kika descansa en su mítica cueva a la espera de ser descubierto por aquellos que deseen acercarse a su leyenda con respeto y con curiosidad, con la advertencia - cincelada en la mente de los isleños-de no sumergirse en sus dominios ni perturbar la calma de nuestro dios pulpo. Si sólo es un mito, tal vez nunca sepamos la respuesta...
|