Artrópodos encontrados por españoles en una cueva de Abjasia.
Científicos españoles descubren los animales terrestres que viven a mayor profundidad
Una expedición hispano-rusa ha identificado cuatro nuevas especies de animales en una cueva en la región de Abjasia, cercana al Mar Negro. Se trata de la cueva Krubera-Voronya, la más profunda del mundo, situada a 2.191 metros bajo la superficie. La expedición, organizada en 2010 por la Federación de espeleólogos de Rusia y el grupo rusoespañol CAVEX, también contó con la presencia de expertos portugueses.
Se da la circunstancia que dos de estas criaturas son los artrópodos encontrados a mayor profundidad en todo el planeta. Un hallazgo totalmente inesperado en estas cotas. Este descubrimiento, ya importante de por sí, también lo es por algo muy especial y que, por desgracia, cada vez ocurre con mayor frecuencia en el mundo científico nacional. Los investigadores españoles autores de este logro han tenido que salvar, además de condiciones realmente duras de trabajo, problemas de índole económico, pues la expedición ha sido autofinanciada por los propios participantes. Con esta precariedad, no es de extrañar que noticias como ésta no se produzcan con regularidad.
El equipo estuvo formado por los investigadores Sofía Reboleira, de la Universidad de Aveiro (Portugal), Alberto Sendra, del Museo de Ciencias Naturales de Valencia -encargados de la expedición- y los zoólogos de la Universidad de Navarra Rafael Jordana y Enrique Baquero, quienes han identificado y descrito las nuevas especies.
Según ha informado la Universidad de Navarra, los animales pertenecen al grupo de los colémbolos, invertebrados artrópodos muy numerosos y cercanos a los insectos, los arácnidos o los crustáceos. Se caracterizan por tener esqueleto externo y apéndices (patas, antenas, etc.) articulados, además de un órgano especial para saltar llamado furca, una especie de cola retráctil.
Debido a su modo de vida en la cueva, las cuatro nuevas especies poseen características específicas desarrolladas para sobrevivir en condiciones subterráneas extremas, como la ausencia total de luz y la poca disponibilidad de recursos alimenticios. .
"Como respuesta a estas condiciones, ninguno de los animales tiene ojos y carecen de pigmentación. Además, una de las especies ha desarrollado un quimioreceptor -una especie de antena parabólica química- que le permite moverse en un entorno tan complicado", explica el zoólogo Enrique Baquero, profesor del Máster en Biodiversidad, Paisajes y Gestión Sostenible de la Universidad de Navarra y uno de los autores del estudio.
 El trabajo científico que describe el hallazgo acaba de publicarse en la revista TAR (Terrestrial Arthropod Reviews), de la Editorial Brill. Según aclara Enrique Baquero, la presencia de estas especies en un medio tan agreste se explica gracias a la materia orgánica: "Se alimentan de los hongos que crecen sobre ella, contribuyendo a su descomposición y participando en la red de las comunidades estables de artrópodos que existen en las cuevas".
Cada una de las especies, cuyos ejemplares miden entre 1 y 4 milímetros, fue encontrada a una determinada profundidad. Sus nombres son Anurida stereoodorata, Deuteraphorura kruberaensis y Schaefferia profundísima. El que alcanzó mayor cota subterránea es Plutomurus ortobalaganensis, un artrópodo de seis patas que fue descubierto a 1.980 metros bajo la superficie. El anterior récord de especie encontrada a mayor profundidad lo ostentaba, a -550 m, el Ongulonychiurus colpus hallado en 1986 en los Picos de Europa.
En verano de 2010 apareció el Plutomurus ortobalaganensis, el colémbolo que, por ahora, tiene el récord de ser el animal que vive a más profundidad. Según sus descubridores, el animal se separó de sus parientes de la superficie hace al menos un millón de años para buscar una nueva vida en el abismo. Desde entonces ha cambiado su fisonomía de forma radical para adaptarse a las profundidades: respira por la piel, ha perdido los ojos y -a cambio- tiene largas antenas cuyas puntas son capaces de verlo todo al tacto, gracias a receptores de productos químicos. Debido a que no tienen ojos, sustituyen esa sensibilidad por terminaciones nerviosas cubiertas de una pequeña capa de piel con pequeños agujeros por los que entran las sustancias químicas.
Las neuronas detectan esos olores. Es lo mismo que pasa en nuestra nariz, sólo que la sensibilidad que exhiben estos animales es muchísimo mayor que el olfato humano, porque la superficie dedicada a esta función es muy grande en comparación. Los alimentos o depredadores sueltan por el aire moléculas y ellos son capaces de detectarlas y decidir lo que tienen delante”, explicó Enrique Baquero ante diversos medios. "Este tipo de organismos fue conquistando las cuevas y cambiando de forma. Perdieron el pigmento, y sus antenas y uñas se alargan para poder andar sobre el agua, como hace este", detalla.
Como ya hemos mencionado, los colémbolos tienen en su parte posterior una cola llamada furca con la que pueden saltar varios centímetros. Para organismos que no superan los cuatro milímetros, esto es "como si las personas diésemos brincos de 80 ó 100 metros", explica el experto. Además de para saltar, la furca permite señalar si nos encontramos ante una nueva especie. Para saberlo, Baquero tuvo que contar uno por uno los pelos de la furca. El resultado, junto a rasgos como la ausencia de ojos y la gran longitud de las antenas, permitieron nombrar al ortobalaganensis, que literalmente significa "asentamiento cercano".
La cueva Krubera-Voronya es la única en el mundo que supera los dos kilómetros de profundidad. Se encuentra en el macizo de Arabika en los Montes de Gagra, en la república rusa de Abjasia. Se trata de un ambiente de oscuridad total, con un humedad del 100%, temperaturas muy bajas y agua fría omnipresente. Fue encontrada en 1960 por exploradores georgianos, que alcanzaron una profundidad de 180 metros. A partir de ahí, numerosas expediciones fueron alcanzando cotas cada vez más profundas.
A pesar de las numerosas expediciones que se han internado en ella, esta es la primera ocasión en la que se describe su fauna. Para los científicos, constituyó una verdadera sorpresa encontrar vida a estas profundidades, donde no esperaban nada más que piedras. Recogieron más de 500 especímenes de las nuevas especies que se hallaban formando una colonia de la que aún se conocen pocas de sus características, su origen o la organización de su cadena trófica.
Para poder realizar esta compleja expedición, que se prolongó durante un mes, hubo que reunir un equipo de casi 30 personas y conseguir el equipamiento de espeleología necesario para descender a tan inhóspito lugar: "El equipo humano estaba compuesto por espeleólogos expertos con formación específica en exploraciones y dominio de técnicas de progresión espeleológicas, sobretodo las verticales. A partir de los 1.400 metros de profundidad hay que pasar varios sifones utilizando técnicas y equipamiento de espeleobuceo", afirma Sofía Reboleira en declaraciones al diario El Mundo.
"A lo largo del desarrollo vertical de la cueva hay varios campamentos subterráneos donde los espeleólogos pueden descansar, comer y dormir, para seguir explorando", señala. Hubo que trasladar todo el material necesario para la exploración al campamento que se instaló cerca de la entrada de la sima, transportando dos kilómetros de cuerdas y centenares de anclajes, sin olvidar la comida necesaria para el personal durante el mes que duró la aventura.
Algunos de los participantes tuvieron que desembolsar 3.000 euros de su bolsillo para sufragar los gastos de su participación en el proyecto. El equipo quiere volver a Krubera-Voronya en 2013 para intentar comprender cómo ha llegado hasta allí la comunidad recién descubierta. "Esta vez esperamos tener ayuda institucional", concluye Alberto Sendra.
Enhorabuena por el excepcional hallazgo y tirón de orejas a las administraciones por el precario modo en el que la Ciencia, con mayúsculas, ha de trabajar. Es época de crisis para todos, desde luego…
 
 
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