Una historia increible II

Nota del autor: Continuamos con la segunda parte de la odisea sufrida por el protagonista de esta historia (un compañero de trabajo al que ahora se suma otro, por el mismo precio) y que se iniciara la semana pasada. 

Dedicado a Fer y Gon

 

Nuestro amigo despertó con un fuerte dolor de cabeza. Logró abrir los ojos y torció la boca al sentir un calor extremo procedente de grandes focos que había situados en el techo, haciendo el rol de varios soles que iluminaban  la estancia.

 

Se encontraba prisionero. De eso no tenía dudas. Estaba dentro de una jaula llena de hojas muertas que tal vez pretendían hacer el suelo más cómodo, de manera ineficaz, por cierto.  Miró a su alrededor. Había muchas otras jaulas, todas  llenas de personas que miraban aterrados, con las manos sobre los barrotes, los ojos muy abiertos y una expresión espantosa impresa en sus rostros. Se dio cuenta que su cuerpo estaba arropado con  un chaleco de piel y sus partes nobles habían sido cubiertas por una especie de taparrabos. Se asustó al recordar la batalla que había presenciado en la casa, después de sufrir el accidente con el coche. Vio en su cabeza el ataque de aquellos hombres vestidos con  extrañas armaduras, aniquilando a unas mujeres preciosas que se habían convertido en monstruos horripilantes. No podía quitarse de encima la visión atroz de los rostros simiescos de los guerreros y deseó que el final de todo aquello fuera despertar en el coche, con las manos en el volante, escuchando el aullido de los lobos, rodeado de una espesa niebla que se arrastraba por el suelo. No era la primera vez que lo deseaba. Necesitaba que así fuera. Casi rezó por ello.

 

-Esto es increíble.-murmuró en voz alta y contempló a los otros prisioneros. Todos tenían un aspecto deplorable, sucios y con el pelo revuelto. Frotó sus mandíbulas con las manos y descubrió que tenía barba de varios días, incluso advirtió que las uñas de sus manos y pies habían crecido bastante por lo que estimó que llevaría preso al menos un par de semanas y no recordaba absolutamente nada de lo que había sucedido durante su encarcelamiento. Trató de analizar la situación y recorrió con sus ojos todo el escenario. Llegó a contar unas dieciséis personas cautivas, todas ellas presas en el interior de jaulas de acero, con un cuenco para la comida y otro para el agua. Los suyos estaban completamente llenos. El agua tenía un color marrón, repleto de una suciedad que flotaba  y la comida era una masa blanca que no supo identificar  y donde advirtió que varias moscas volaban alrededor. Incluso divisó algo entre la comida que se agitaba. Se acercó y descubrió que se trataba de pequeños gusanos grises.

 

Nuestro amigo sintió arcadas y retrocedió asqueado hasta que su espalda chocó contra los barrotes y cayó de culo sobre la celda. 

 

-No hagas movimientos bruscos, tío.-dijo una voz procedente de la celda de al lado.

 

No tuvo tiempo de mirar hacia allí  porque uno de los guardianes apareció de improvisto con su rostro simiesco e introdujo entre los barrotes un palo con el que pinchó el pecho de nuestro protagonista, que recibió una pequeña descarga eléctrica y quedó sentado en la celda. Haciendo aspavientos con los brazos, el guardián se alejó encorvado hasta perderse entre el resto de jaulas.

 

-Te lo advertí.

 

Nuestro amigo respiró profundamente para recuperarse del pequeño castigo que había sufrido y logró ponerse en pie. Miró hacia la persona que le había hablado. Era un hombre, más o menos de su edad, un poco más alto, de comprensión fuerte que le observaba con sus ojos saltones.

 

-¿Qué es todo esto? ¿Qué está ocurriendo?

 

-¿De dónde has salido, tío? ¿Dónde has estado las últimas semanas? 

 

-Esto parece El Planeta de los Simios.

 

-Más o menos… así es. 

 

-¿Qué van a hacer con nosotros?.-preguntó nuestro amigo.

 

-Algunos seremos utilizados como esclavos, otros serviremos de alimento.

 

-¿Qué dices?.-exclamó en voz alta.

 

-¡Callate! Si no quieres que vuelva el guardia. Debes pasar desapercibido.

 

Nuestro amigo miró a su alrededor aturdido, después observó a la persona que estaba presa  en la celda de al lado y con el que estaba manteniendo esta conversación. Se escupió en las manos y alargó el brazo por entre los barrotes.

 

.-Me llamo Fernando Refoyo.

 

-¿Refoyo?.-preguntó extrañado su nuevo amigo al tiempo que le agarraba la mano.

 

-Refoyo tío.-admitió

 

Se vieron obligados a retirar las manos cuando dos guardias aparecieron por entre las jaulas, acompañados de un ser  de aspecto extraño. Su cabeza era voluminosa, no así como la fragilidad de su cuerpo, tal delgado como el tronco de una farola, de una tonalidad grisácea. Los ojos rasgados y negros de la criatura  pestañeaban continuamente y se detenía entre los presos durante algunos segundos, como si los estuviera analizando exhaustivamente. Antes de que llegaran hasta donde ellos se encontraban, levantó la mano de apenas tres dedos, largos y delgados, y señaló a un preso   que retrocedió asustado ante su presencia. 

 

Los guardianes abrieron la jaula y cogieron al hombre, que se agitó compulsivamente hasta que los simios lo redujeron con sus palos. Se lo llevaron arrastrando por el suelo mientras la extraña mujer caminaba tras ellos. Durante un breve momento, la cabeza con forma de pera de la criatura giró sobre su frágil cuello y se detuvo para mirar directamente a nuestro amigo. Fernando sintió los ojos oscuros y grandes del ser clavados en su interior y sintió una especie de explosión terrible en su cabeza, como si su cerebro hubiera sido pisado por una bestia enorme, convirtiéndolo en papilla. Quedó petrificado en mitad de la jaula, temblando como un niño. Apenas se percató que se había orinado encima y clavó las rodillas en el suelo para sepultar su rostro con las manos. Comenzó a temblar como lo haría un niño en mitad de un huracán.

 

-Me temo, amigo Fer, que tú vas a ser el próximo. Te ha echado el ojo. Y nunca mejor dicho.

 

No entendió por qué su nuevo amigo encontraba todo aquello divertido. Al menos, el tono de sus palabras le había resultado jocoso.

 

-¿Qué es todo esto? ¿Dónde nos encontramos?.-preguntó Fernando con los ojos vidriosos a causa de las lágrimas que quedaron allí retenidas, a causa de la impotencia y el temor.

 

-Estamos en el mundo real, amigo Fer. Todo ha cambiado hace apenas un par de semanas. Es, ¿cómo te lo explicaría yo?, algo parecido a un virus cuando se propaga en un sistema informático, ¿Comprendes? En cuestión de segundos, todo ha quedado completamente inutilizado.

 

-¿De qué cojones me estás hablando?

 

-Esos guardias, parecidos a los simios, son solamente una parte de todo esto. Ya has visto otras cosas extrañas, como ese ser de cabeza enorme que ha reparado en ti. Hay muchas cosas que ignoras, temibles, espeluznantes, y que…

 

Nuestro amigo prefería no escuchar nada. Comenzó a mover la cabeza de un lado a otro y se sentó en el suelo con las manos sobre las orejas. Recordó la belleza de las mujeres que lo habían arrastrado hasta el caserón donde se había iniciado la batalla y su conversión en monstruos abominables.

 

-Alguien ha apretado el interruptor, tío.-continuó hablando su compañero de la jaula de al lado, con las manos en los barrotes y su rostro adornado por aquellos dos ojos saltones que le otorgaban un aspecto parcialmente siniestro.-Y tras pulsar ese interruptor… las bestias de este mundo han emergido de las sombras.

 

-Pero todo esto…

 

-De la noche a la mañana la Tierra se vio contaminada por un montón de seres horribles y malignos que disputaban entre ellos  con la única intención de dominar el mundo. Y nosotros, los humanos, somos la especie más vulnerable. De hecho, mira dónde nos encontramos. Somos esclavos. Seremos alimentos.

 

-¿Nos van a comer?

 

-A muchos de nosotros sí. Claro. Mira, debes comprender  una cosa. Después de que la Tierra se plagara de monstruos, algo bajó de los cielos. A mí me gustaría definirlo como un virus que se desparramó sobre la faz de la Tierra adoptando la forma de esos simios que no son más que el brazo ejecutor de otras inteligencias mucho más elevadas y que han mantenido el equilibrio entre nosotros desde los albores de los tiempos.

 

Nuestro amigo abrió la boca estupefacto y deseó tener entre sus labios un cigarrillo o en su defecto llevarse a la boca una taza de café. Necesitaba una u otra cosa. Tal vez ambas.

 

-Entonces, ¿Quieres decir que esas cosas pretenden arreglar lo que se ha desatado en la Tierra?

 

-En realidad, ya no.-dijo el desconocido.-Ahora quieren usarnos.

 

-¿Qué?

 

-Entiende una cosa. Nos crearon. Nos dejaron aquí. Nos dieron el libre albedrío. Con nosotros coexistían todos esos seres que los escritores del género fantástico y de terror han aireado desde siempre (simples marionetas, títeres manejados por los entes invisibles, quisiera añadir) y ellos, de algún modo nuestros dueños, o nuestros dioses si lo prefieres, han mantenido la calma y la cordura salvo errores graves que han manchado nuestra Historia y la han sembrado de cadáveres. Pero ahora se han hartado  Digamos, y permíteme el símil, que han lanzado un antivirus sobre el planeta, sí, podría definirse así, mucho mejor que el virus que te he planteado antes,  ellos mismos son ese antivirus, y pretenden aniquilar la  mayor plaga, la más peligrosa, que anda suelta por la Tierra.

 

-Te refieres a esas criaturas horrendas que vivían en el mundo de las sombras, ¿No?

 

-Y a nosotros, especialmente a nosotros, pues para ellos somos la peor peste y más que una peste… una simple decepción. 

 

Nuestro amigo permaneció en silencio, observando a su alrededor. Todas las personas que había dentro de las jaulas parecían estar escuchando ensimismadas la disertación del desconocido. Fernando contempló estupefacto las luces procedentes de los focos que iluminaban todo el lugar, que parecía ser un almacén forrado por paredes y techo de acero.

 

-Para ellos sólo somos…

 

-Herramientas y ganado. No hay más respuestas.

 

Fernando contempló a su interlocutor con desmedido interés. Se levantó  y se acercó lo suficiente para observarlo directamente a los ojos. Creyó reconocer algo en él, en su rostro, pero la barba negra que cubría su cara le impidió estar completamente seguro.

 

-¿Cómo llegaste aquí?.-preguntó Fernando.

 

-Eso no importa. Fui capturado como tú, en circunstancias extremas. Lo importante es que sé cómo salir de aquí.

 

Hubo agitación entre las personas apresadas, se oyeron algunas voces, exclamaciones. Creció el nerviosismo y la excitación. Fernando observó al desconocido que le lanzó una penetrante mirada.

 

-Soy informático.-dijo.

 

-¿Informático?.-preguntó  extrañado nuestro.

 

-Informático.

 

Varios guardias entraron y deambularon entre las jaulas, observando a los humanos y haciendo ruidos con sus gargantas. Chillaban y hablaban entre ellos, a veces soltaban palabras que podían reconocerse y otras usaban un lenguaje desconocido. Parecían pasárselo bien examinando a los cautivos. Metieron los palos entre los barrotes para provocar descargas en algunos presos, esta vez Fernando se libró de la tortura pero no así su compañero el informático que recibió una descarga en el centro de su espalda  que lo derribó al suelo. Quedó inconsciente.

 

Cuando los guardias se marcharon, Fernando trató de despertar a su nuevo amigo con palabras pero comprendió que aún tardaría mucho tiempo en recobrar la conciencia. Finalmente él también se quedó dormido.

 

Cuando despertó tuvo la sensación de que estaba siendo observado. Notaba la presión de unos ojos atando su alma, apretándola con una fiereza inexplicable. Se sintió inquieto. Nervioso. Y entonces al abrir los ojos vio sorprendido que el ser que viera antes acompañando a los guardias le observaba con gran  interés. Tenía  su rostro pegado a los barrotes. Ahora, tan cerca, le resultaba mucho más desagradable. Su cara carecía de nariz por completo  y la boca era apenas una reducida hendidura. La forma de la cabeza era lo más parecido a una bombilla que pudiera encontrar, muy grande, enorme, y en ella destacaban sus dos gigantescos ojos negros de forma almendrada. Y aquellos ojos pestañeaban continuamente, como una mujer coqueta que sabe que está siendo observaba por los focos de los periodistas. La criatura lo contemplaba con especial interés y Fernando fue acogido por  un miedo atroz. Se sintió atrapado por la intensa mirada de aquellos ojos gigantes y oscuros.

 

-No la mires a los ojos.-murmuró el informático desde su jaula.-Date la vuelta.

 

Nuestro amigo tuvo que hacer un considerable esfuerzo para hacer caso a las indicaciones de su compañero. Con los miembros agarrotados y un incipiente dolor de cabeza, se encogió sobre sí mismo, giró su cuerpo para darle la espalda a la criatura y cerró los ojos. Se meció y trató de tatarear una vieja canción cuya melodía no recordaba si pertenecía a  la mítica banda Barón Rojo  o quizá era una composición de  Obús, siempre tuvo sus dudas.

 

-¡Venga tío, deja de cantar  esa mierda que ya se ha ido!.-espetó el informático minutos después.

 

Fernando se incorporó y comprobó que, efectivamente, la misteriosa criatura  se había esfumado. Aún con fuertes dolores de cabeza y con sus músculos agarrotados como si hubiera estado en el agua durante horas, observó que su compañero tenía algo en las manos.

 

-¿Qué es eso?

 

-Un iPhone.

 

- ¡No jodas! ¿Y te funciona? ¿No puedes pedir ayuda?

 

-Funciona, claro que funciona, pero ya no existen líneas ni Internet. Todo eso se ha acabado. No hay nadie a quién pedir ayuda.  Me gusta ver viejos vídeos, todavía puedo sacar fotografías. ¿Quieres que te saque una con la técnica del brazo?.-El informático sonrió.

 

Fernando se quedó helado al escuchar las últimas palabras del desconocido. Lo miró de nuevo y volvió a pensar que lo había visto en alguna parte. Su rostro le resultaba vagamente familiar. Tal vez sin aquella barba…tenía un gran parecido con un viejo compañero de trabajo pero no podía estar del todo seguro…

 

…aquellas palabras que había pronunciado… “la técnica del brazo” eso formaba parte de una vieja broma que mantenía con su amigo el escritor y que sólo conocían él y pocas personas más…

 

-¿Cuánto tiempo llevas aquí encerrado?.-preguntó Fernando.

 

-Llegué un par de días antes que tú.-respondió el desconocido.

 

A la cabeza de nuestro amigo le acudió una avalancha de temores que se acoplaron como una babosa en su cerebro. ¿Cómo podía todavía tener cargado el móvil después de todo ese tiempo? Miró a su alrededor confundido y no descubrió nada que lo pudiera tranquilizar. La jaula del informático carecía de cuencos para el agua y la comida y a diferencia de la suya propia y de la del resto, no había signos de orina y defecación. Además, Fernando advirtió que a pesar de la barba, el cuerpo del informático no estaba sucio como el del resto y parecía un recién llegado. También, y se lamentó no haberlo apreciado hasta ese momento, en lugar de un trozo de piel como tenían los demás presos, llevaba una camiseta negra sin mangas donde cuatro seres monstruosos venían representados sobre fondo amarillo. Encima de las cabezas de aquellas criaturas podía leerse una sola palabra: “Stryper”.

 

-¿Quién eres realmente?.-preguntó Fernando y dirigió su mirada hacia el desconocido, que levantó los ojos para aguantar el envite.

 

-Soy la persona que va a sacarte de aquí.

 

Tras pronunciar estas palabras, el informático movió su iPhone en diferentes direcciones a medida que iba pulsando botones y las cerraduras de todas las jaulas produjeron un peculiar sonido y se abrieron. Los presos quedaron libres y salieron de su cautiverio. Fernando contempló su jaula. No se había abierto.

 

El informático caminó por entre las jaulas y observó al nutrido grupo de hombres y mujeres que se arremolinaban frente a él, sabedores de que se había impuesto como el nuevo salvador. Nuestro amigo se agitó en la jaula, vociferó unos instantes. El informático desvió la cabeza hacia él y sonrió levemente. Fernando suplicó. Sollozó pero apenas le quedaban ya lágrimas en sus ojos. 

 

La puerta de la jaula de Fernando se abrió lentamente, muy despacio y nuestro amigo salió raudo y veloz.. Cuando sintió los pies en el suelo casi lo recibió como un alivio. Se unió al grupo y observó asombrado las grandes dimensiones de aquella especie de almacén donde yacían infinidad de jaulas, ahora vacías. Las paredes de acero sin ventana alguna hacían improbable la huída.

 

-¿Y ahora qué?.-preguntó mediante un susurro.

 

-Ahora.-respondió el informático.-tenemos que esperar.

 

-¿Esperar? ¿Esperar qué?

 

-A que vengan los guardias, tío.-explicó con la mirada perdida entre la lejanía.-Por cierto, ¿Sabes luchar?

 

Fernando no tuvo tiempo de responder. Una puerta enorme se abrió a varios metros de distancia y un nutrido grupo de simios entraron, armados hasta los dientes. Nuestro amigo tragó saliva y notó que las piernas le temblaban. Por su parte, el informático esbozó una pequeña sonrisa que permaneció oculta bajo su negra barba.

 

Los simios gritaron y comenzaron a correr hacia el grupo de presos  Fernando apretó los puños, no muy convencido de que pudiera salir airoso del  combate,  mientras el informático gravaba el avance de los guerreros con su teléfono móvil, despreocupado por la batalla que estaba a punto de librarse.

 

 
 
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