Miguelito y el regalo de reyes

Los niños duermen en sus camas, nerviosos e intranquilos. Se han acostado después de cenar. Querían dormir a la mayor brevedad posible  para que la noche pasara cuanto antes. A la mañana siguiente, los regalos estarán junto al árbol de Navidad, abrigado por el montón de luces que ilumina el salón a pequeños intervalos de tiempo.

 

Alvaro, de apenas cinco años, ha sido el primero en quedarse dormido. En la misma habitación, pero en una cama diferente, su hermano Miguelito, dos años mayor, tarda algo más en hacerlo, mantiene viva  la esperanza de escuchar los ruidos que dejarán  los Reyes Magos en el momento de  entrar en la casa para dejar los regalos pero sólo escucha las voces de la película que su madre  está  viendo en la televisión.  En una habitación distinta, Laura, de doce años, duerme profundamente. Tal vez  de todos ellos  resulta la menos nerviosa pero también espera ansiosa  la llegada del día siguiente para correr a abrir los regalos.

 

Miguelito se despierta hacia las dos de la mañana. Procedente del salón le llegan sonidos extraños, pisadas en la madera, que cruje malhumorada, y voces variadas. Piensa  que su madre sigue viendo la televisión pero la oye moverse en la cama de su habitación y cree que quizá los Reyes Magos ya han llegado para dejar los regalos. Está tentando de levantarse, despertar a sus hermanos y con precaución llegar hasta el salón, para ver a los tres Reyes sacando las cajas de sus sacos y dejándolas junto al árbol. Sin embargo, no lo hace. Siente miedo. En el colegio siempre ha escuchado que nunca debes echar un vistazo cuando los Reyes Magos o Papa Noel entregan  sus regalos porque si ellos te descubren te llevan al lugar de donde proceden y jamás vuelves a ver a tus padres. Al poco tiempo Miguelito, con media sonrisa en el rostro,   se queda  dormido.

 

Cuando despierta  abre los ojos como platos y mira hacia la cama de su hermano. ¡¡Vacía!!. Ladea la cabeza y se da cuenta que el reloj de la mesita de noche señala las siete de la mañana. Llama a su madre a voz en grito pero un silencio sepulcral es la única respuesta. Pronuncia el nombre de su hermana, pero Laura no se asoma por la puerta ni su voz se deja escuchar.

 

Miguelito se incorpora nervioso y excitado. ¿Y si ya estaban todos en el salón, jugando con los nuevos juguetes? ¿Habrán abierto también sus regalos? ¿Por qué no le han esperado? Sentado en la cama agudiza el oído pero no parecen escucharse sonidos procedentes del salón, al contrario, nunca había sentido un silencio tan opresivo como aquél. Nervioso se pone en pie y su delgado cuerpo, envuelto en un ajustado pijama de color azul, tiembla de emoción.  Hace frío y busca en la silla que hay frente a la cama un jersey rojo con el dibujo de Spiderman sobre el pecho. Mientras se lo pone mira hacia la cama de su hermano. Está completamente deshecha. Lentamente sale de la habitación. 

 

Todo se encuentra muy oscuro. Las persianas de la casa permanecen bajadas y no dejan pasar la luz del amanecer. Comienza a caminar hacia la habitación de su madre. La llama pero nadie responde. Enciende la luz. La cama está completamente vacía. Las sábanas y la almohada yacen desperdigadas por el suelo, junto a sus zapatillas. Camina hacia la habitación de Laura. Se encuentra en idénticas condiciones que la de su madre. Las llama una vez más. Silencio. Ni el más tenue  de los sonidos.

 

Se dirige a través del estrecho pasillo que  conduce hasta el salón. A medida que avanza se da cuenta que el suelo está demasiado frío, como si estuviera caminando sobre una pista de patinaje. Le duelen las plantas de los pies y duda si  regresar corriendo a la habitación y refugiarse bajo las sábanas. No lo hace. Se mantiene  firme. Continúa  por el pasillo para llegar al salón.

 

Las luces del árbol deben de estar apagadas porque no se ve el resplandor que produce cuando permanecen encendidas y no comprende por qué su madre las habrá desconectado. La puerta del salón está ligeramente entornada. Llega hasta ella y se asoma. Una impenetrable oscuridad sume el salón y la cocina bajo un manto de sombras. Empuja la puerta con la mano y permanece inmóvil, tratando de descubrir algo desde allí. 

 

Miguelito se sobresalta. Huele muy mal.

 

Se lleva las manos a la nariz pero decide avanzar. Se detiene en el acto. No ve nada pero siente que hay alguien allí dentro. Quiere llamar a su madre, pronunciar su nombre en voz alta pero piensa que quizá sea peligroso. Busca con las manos el interruptor de la luz. Necesita usar las dos manos para localizarlo. Cuando lo toca con las yemas de los dedos no se lo piensa dos veces. Aprieta con fuerza y la luz ilumina por completo el salón y la cocina.

 

Entonces los ve. A todos ellos.

 

Su madre. Su hermana Laura y el pequeño Alvaro. Están sentados en el sofá. Uno al lado del otro.

 

Miguelito no corre hacia ellos. Ha  sido su primer impulso pero después de verlos no sabe cómo tiene que actuar.

 

Tienen la piel extraña, del color de la ceniza con manchas negras, como si estuvieran sucios. Sus ojos están abiertos, muy abiertos y permanecen inmóviles, con los brazos caídos, pegados al cuerpo y las manos descansando sobre sus rodillas. Los tres en la misma posición. Miran hacia el frente pero sus ojos no parpadean, están siempre abiertos y brillan como si fueran de cristal. Parecen  figuras de cera. 

 

Se acerca tembloroso, atemorizado, y descubre que de los ojos abiertos y brillantes de su madre resbalan pequeñas gotas de sangre y la pena le embarga porque sabe que su madre está llorando. Mira a sus hermanos. Ellos no lloran, pero tienen la boca abierta, formando una O muy grande y algo se mueve entre los dientes  de su hermano. En un primer momento piensa que se trata de la lengua, hasta que una pequeña cabeza de serpiente se asoma  por la boca de Alvaro. 

 

Miguelito se echa para atrás horrorizado y sus ojos se cubren de lágrimas. Observa a su madre. Sus mejillas se han llenando de sangre mientras de sus ojos no cesan de salir dos pequeños hilillos de sangre, que acaban resbalando por su barbilla  para caer estrepitosamente sobre las manos, produciendo un ruido que se clava en el cerebro de Miguelito. 

 

Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf!

 

La cabeza de la serpiente que ha asomado por la boca de su hermano pequeño todavía puede  verse. Parece que le observa  y saca la lengua una y otra vez como si tratara de alcanzarlo. 

 

¡Pluf! ¡Pluf!

¡Pluf!

 

Aquellos sonidos de la sangre cayendo sobre las manos de su mamá no le dejan pensar. Se introducen en su cerebro y lo machacan, como si unas pesadas botas negras lo estuvieran aplastando. Se lleva las manos a los oídos. ¡No quiere seguir escuchando aquellos ruidos!

 

¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf!  ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

     ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf!

¡Pluf!

 

Miguelito solloza sin poder quitar la mirada de su familia. Los cuerpos grises despiden un olor extraño, como a viejo y a humedad. Su madre no deja de llorar pero no se mueve ni lo más mínimo, como si se tratara de un  simple muñeco. La serpiente que se asomaba por la boca de su hermanito Alvaro comienza a salir por ella y Miguelito retrocede llenó de miedo. Se orina encima y empieza a llorar. En ese momento, la cabeza de su hermana Laura gira lentamente para observarlo. A medida que lo hace, Miguelito escucha el sonido de sus huesos al partirse; finalmente su hermana logra desviar la cabeza hacia un lado y le lanza una mirada penetrante.

 

Miguelito se da la vuelta con la intención de abandonar el salón pero la puerta del mismo se cierra poco antes de que él pueda alcanzarla. Da un golpe seco y violento. La lámpara del techo que ilumina la estancia comienza a balancearse de un lado para otro.

 

     ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf!

 

¡Los ojos vidriosos e inertes de su madre siguen produciendo ese diabólico sonido!

 

     ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf!

 

 

El asustado niño observa anonadado el rostro envejecido de su hermana Laura, que le mira con los ojos tan abiertos que teme que en cualquier momento se salgan de sus órbitas. 

 

La serpiente sale definitivamente del interior del cuerpo de Alvaro  para escabullirse debajo del sofá.

 

La cabeza de su madre gira también raquíticamente, con dificultad. Nuevamente Miguelito escucha la rotura de los huesos y observa los movimientos bruscos de la cabeza hasta que por fin queda volteada  para mirarlo directamente. Ya no llora. Sus ojos han dejado de derramar sangre pero las mejillas de su mamá todavía tienen el reguero formado por la propia sangre. Le parece que los labios de su madre, amoratados y secos, se mueven. Piensa  que le está sonriendo y Miguelito siente  mucho más miedo.

 

La lámpara del techo deja de oscilar en el momento en que las persianas del salón y la cocina comienzan  a subir produciendo un ruido ensordecedoramente diabólico. La luz irrumpe como por arte de magia y confiere a la escena mayor tenebrosidad porque en ese preciso instante los cuerpos de su madre y sus dos  hermanos se incorporan.

 

Les cuesta levantarse pero lo logran después de varios esfuerzos. La cabeza de la serpiente asoma por debajo del sofá, observándolo, expectante.

 

La primera que comienza a andar es su madre. Sus movimientos son toscos y lentos, como si en realidad no pudiera mover las piernas. A cada movimiento se escucha el ruido ensordecedor de los huesos al partirse. Sin embargo, consigue avanzar. Sus dos hermanos hacen exactamente lo mismo. Parecen robots cuya batería corre el riesgo de agotarse en cualquier momento.

 

Su madre levanta los brazos y los dirige hacia  él, mientras su cabeza, aún torcida, trata de colocarse en la dirección correcta.

 

Ruido en la cerradura de la puerta. El sonido de ésta al abrirse. Se cierra. Pasos que se acercan desde la entrada. Miguelito gira su cabeza.

 

La puerta del salón se abre.

 

Aparece un hombre barbudo, con el rostro cansado. Ha estado toda la noche trabajando y ahora regresa a su hogar.

 

-¡Papá!.-grita Miguelito echando a correr para abrazarlo. Tiembla y llora.

 

El padre lo coge sorprendido entre sus brazos. Lo levanta y trata de calmarlo.

 

-¡Miguelito! ¡Miguelito!

 

Pero Miguelito hunde su rostro en el hombro de su padre. No quiere apartarlo de allí. No desea ver la horrenda figura de su madre tratando de agarrarlo ni puede contemplar los cuerpos grises de sus hermanos, con aquellos rostros carentes de expresión. Llora desconsolado, abraza a su padre, que le acaricia la cabeza con una de sus grandes manos.

 

-¡Miguelito! ¡Miguelito!

 

Pero el niño sigue con el rostro enterrado sobre su hombro, echándole los brazos por detrás de su cabeza.

 

-¡Miguelito! ¡Miguelito!

 

El pequeño solamente llora.

 

-¡Miguelito! ¿No quieres abrir los regalos? ¡Hay un montón de ellos en el salón!

 

El niño no entiende lo que dice su padre. ¿Acaso no ha visto a su mamá,  a sus hermanos? Continúa con la cabeza pegada al  cuerpo de su papá. Llora, asustado, lleno de miedo y sus lágrimas mojan la camisa de su padre.

 

-¡Miguelito! ¡Despierta! Los Reyes han dejado un montón de cosas en el salón…

 

El padre del niño palidece unos instantes y trata de que su hijo despierte; Miguelito yace con los ojos cerrados  agarrando fuertemente la almohada. Se da cuenta en ese mismo instante de que se ha orinado encima. 

 

-¡Miguelito! ¡Vamos al salón!

 

-¡No!.-contesta el niño con un grito y sigue sin abrir los ojos.

 

El padre de Miguelito se gira, reflejando en el rostro cierta preocupación.

 

-Yo no puedo con él, a ver si vosotros sois capaces…

 

La madre de Miguelito y sus dos hermanos sonríen. Sus labios de color oscuro, agrietados, esbozan crueles sonrisas de satisfacción. Mueven sus cuerpos en la medida de lo posible. Los huesos de sus articulaciones se rompen a cada movimiento, como si estuvieran sometidos a una especie de espasmos ridículos. Los ojos abiertos de la madre se vuelven a llenar de sangre y ésta comienza a resbalar lentamente por sus mejillas, para caer sobre la cama de Miguelito.

 

     ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf!

     ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf!

 

Miguelito lanza un grito aterrador al escuchar de nuevo ese sonido y comienza a patalear cuando nota el contacto de las manos frías de su hermana Laura agarrándole de las piernas. Siente que tira de  él y lanza un nuevo bramido, esta vez es una petición de auxilio.

 

Laura consigue sacarlo de la cama y lo arrastra por el suelo. Lo hace muy lentamente. Apenas tiene fuerza para tirar de él,  pero a pesar de que Miguelito patalea y trata de zafarse, su hermana Laura lo tiene bien aferrado entre sus  largos y delgados dedos. Miguelito ve cómo es arrastrado por el pasillo, trata de agarrarse al suelo, a las paredes, pero le resulta imposible. Ve al pequeño Alvaro que camina detrás de ellos. Apenas puede mover las rodillas y su cabeza gira de un lado a otro produciendo un ruido extraño, como si se rompieran a la vez un puñado de nueces.

 

Laura lo deja en el salón, entre un montón de cajas envueltas con papel de regalo. Miguelito se queda de rodillas, tiembla aterrorizado. Su madre lo observa aún de pie con una amplia mueca en su rostro que pretende ser una sonrisa mientras sus ojos continúan soltando lágrimas de sangre, que caen sobre algunos de los regalos envueltos.

 

     ¡Pluf! ¡Pluf! ¡Pluf! 

¡Pluf! ¡Pluf!

 

Laura se arrodilla junto a Miguelito.  Sus brazos grises muestran el grosor de las venas negras, que se agitan bajo la piel como si fueran grandes gusanos. Sus ojos desorbitadamente abiertos de par en par le miran sin expresión alguna. Gira su cuerpo hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Los movimientos son secos, bruscos. Los huesos crujen.

 

Su hermano Alvaro permanece bajo el umbral de la puerta del salón. Observa con atención aunque sus ojos muertos parecen no mirar hacia ninguna parte. Su boca abierta está llena de moscas, que se cuelan dentro y salen después, siguiendo un repugnante ritual.

Entre las cajas que contienen infinidad de regalos, la serpiente se desliza para acercarse lentamente a Miguelito. Se coloca entre sus piernas y lo observa con detenimiento.

 

El padre de Miguelito  se sienta en una de las sillas del comedor y enciende un cigarrillo. Le da una calada y expulsa el humo con infinito placer mientras una sonrisa surge en sus labios.

 

-Venga Miguelito, ¿No quieres descubrir los regalos que te han traído  los Reyes Magos? ¡Ábrelos, cariño, son todos para ti!

 

 
 
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