La Santa Inquisición
LA SANTA INQUISICION

por ANGEL RODRIGUEZ ALVAREZ

ggeifo@yahoo.com


Al iniciarse el siglo XIII, aparecen dos herejías, la valdense y la       albigense, que cuestionan y atacan los cimientos de la moral cristiana,       por lo que la Iglesia Católica trata de atajar táles desmanes primero por       las buenas y después con una cruel y despiadada persecución.

Es en ese escenario convulso cuando se establece el primer tribunal de lo       que se llamaría Santa Inquisición, o Santo Oficio, y que en la actualidad       lleva el nombre de Congregación para la Doctrina de la Fé.

La Inquisición, a quien a partir de este momento despojo del adjetivo de       Santa, fué fundada por el Papa Honorio III, quien la creó a instancias de       un emperador alemán, que estaba algo enfrentado a la Iglesia por sus recomendables simpatías hacia los musulmanes, llamado Federico II       Hohenstaufer, cuyo reino abarcaba hasta el sur de Francia y el norte de       Italia.

Quería este emperador, con su idea de solicitar un tribunal que       persiguiese a los que se desmandasen de lo moralmente establecido,       congraciarse con Roma y el Papa, y atraerse sus favores.
Este primer tribunal de la Inquisición se formó con dos órdenes       religiosas, que en lenguaje actual podríamos considerar como integristas       cristianos. Muy ascetas en su forma de vivir, alejados del boato y el lujo       habitual del resto del clero, eran dos órdenes mendicantes, que el Papa       consideró las ideales para lo que se pretendía con esta Inquisición: Los       dominicos y los franciscanos.
Sobre los dominicos he tenido yo también mis más y mis menos, pero éso es otra historia.
Si bien se ha exagerado mucho en lo que se refiere al modo de actuar del       Tribunal, y se les han atribuido desmanes que no cometieron, el número de       condenas, torturas y muertes de la Inquisición es lo suficientemente       elevado como para considerarla una auténtica obra del Diablo si éste       existiese, sólo que es imposible que exista nada peor que un ser humano.
Así pues, de manos de estos clérigos, se desató por toda Europa, y en su       día también por América, una ola de terror, de miedo, que hizo que el       pueblo tomase muchas precauciones a la hora de hacer o de decir algo,       llegando a veces a situaciones dramáticamente ridículas, por temor a ser       acusado de hereje, o contrario a la moral.
No todos los doctores de la Iglesia, para ser justos, comulgaban con estas       ruedas de molino, pues a lo largo de la Historia de la Iglesia siempre ha       habido algún tipo de débil oposición contra las más altas jerarquías y su       extraña forma de ver y entender la vida, si no es por algún oscuro       determinismo de mantener controlada a la sociedad y dirigida por aquel       sendero que conviene a ciertos poderes políticos y religiosos. No es       conveniente que la masa deje de ser un rebaño, y pueda llegar a ser capaz       de pensar y actuar por sí misma.
Así era antes, y así es ahora. Cambian las formas, pero se mantiene el       fondo.
Se persiguieron muchas formas de desobediencia a la Iglesia, pero la       herejía fue la que se persiguió con más saña, comparada en su gravedad a       la imputación de un delito de lesa majestad, penado, por tanto, con la       muerte por cremación en la hoguera.
Para conseguir sus fines, la Inquisición tenía toda una extensa colección       de artilugios para torturar a las desgraciadas víctimas que caían en sus       garras.
Yo tuve la ocasión de visitar el "Museo de los Horrores", en la       interesantísima ciudad de Toledo (que recomiendo visitar, si deseáis       trasladaros a la Edad Media) y es difícil explicar las sensaciones que       viví al observar hasta qué punto de miseria mental puede llegar el ser       humano, cuando aplica la tortura y la muerte a sus semejantes en nombre de cualquier idea, ya sea política o religiosa, que son los disfraces para       ocultar los verdaderos intereses que mueven a estos monstruos para llevar       a cabo táles salvajadas.
Potros, cadalsos, látigos, cepos, jaulas, nichos con espacio mínimo para       encerrar a las personas, sillas con púas, horcas, hierros candentes,       grilletes, objetos para torturar específicamente a las mujeres, artilugios       para la humillación pública de los reos, (orejas de burro, caretas de       animales, ropajes humillantes), y muchos objetos miserables más,       acompañados por una siniestra puesta en escena para aterrorizar a aquella       sociedad de entonces.
Todo éllo, evidentemente, en nombre de Dios, que es la falsa excusa a la       que se recurre siempre para tratar de justificar lo injustificable.
Uno de los episodios históricos de mayor trascendencia por su       significación y por describir a la perfección la forma de pensar y actuar       de la Inquisición es el de la condena a Galileo Galilei, allá por 1633.
Como es corta y vale la pena conocerla, la transcribo a continuación, pues       no tiene desperdicio.
Imaginaros a un grupo de clérigos con cara de mala leche, amargados y       rencorosos, autoritarios e intolerantes, frente a un Galileo Galilei,       posiblemente asustado y sin comprender lo absurdo de la situación a la que       se veía enfrentado, escuchando esta condena:
       
"Nosotros decimos, pronunciamos, sentenciamos y declaramos que tú, Galileo Galilei, en razón de los hechos que han sido detallados, en el documento del proceso que tú has aceptado, de acuerdo a esta Santa Inquisición, como vehemente sospechoso  de herejía, por sostener y creer una doctrina falsa y que es contraria a la divina Santa Escritura, por sostener que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve de este a oeste, y por aprobar y defender dicho pensamiento, incluso después de haber sido merecedor de  todas las censuras y amonestaciones promulgadas por los Cánones Sagrados y todas las leyes particulares y generales contra este tipo de delitos.
Estamos, en este Santo Oficio, considerando tu absolución con una primera
condición que es tu Abjuración en nuestra presencia, con una fé verdadera,       en la cual maldigas y detestes los errores, dichos y las herejías       pronunciadas, así como cualquier otro error o herejía contraria a la       Iglesia Católica y Apostólica.
Sólo de esta manera podremos absolverte.
Además, como tus graves y perniciosos errores y transgresiones no pueden       ser mencionadas y castigadas a un mismo tiempo, ordenamos que el libro       Diálogo de Galileo Galilei sea prohibido por un edicto público. Con tal       castigo tendrás que ser más cuidadoso en el futuro, así como servir de       ejemplo a otros para que se abstengan de cometer este tipo de delitos.
Por nuestra voluntad te condenamos a formal prisión en este Santo Oficio.
Como pena de salutación te imponemos recites los siete salmos de       penitencia una vez a la semana durante los siguientes tres años. Y nos       reservamos el poder de moderar, conmutar o eliminar el total o las partes       de las penas y castigos pronunciados en tu contra.
Esto es lo que decimos, sentenciamos, declaramos, ordenamos y reservamos, de la mejor manera que podemos pensar o razonar acerca de lo sentenciado.
Así, los abajo firmantes pronunciamos:
F. Cardenal de Ascoli, B. Cardenal Gessi, G. Cardenal Bentivoglio, F.       Cardenal Veroshi, Fr.D. Cardenal de Cremona, M. Cardenal Gimnetti, Fr.       Ant. Cardenal de S. Onofrio."
       
Al menos Galileo Galilei se libró de la hoguera, cosa que no ocurrió con       otras cientos de mujeres acusadas de brujeria y de mantener comercio       carnal con el Maligno, algo que sólo podían creer aquellas mentes       retorcidas y enfermas.
Pero como he dicho, si bien los integristas que conformaban estos       tribunales podrían llegar a creer semejantes barbaridades, dudo que       quienes dirigían el cotarro en su conjuto, es decir la Iglesia y sus       instituciones, creyesen en nada que no fuese mantener y disfrutar de su       status de nobles y principales de aquella sociedad, privilegios que no       iban a dejar desaparecer si la gente empezaba a ir por libre y desobedecer       a sus amos.
La Inquisición no es privativa de la Iglesia Católica. También lo fue de       la protestante en todas sus ramas.
La más denostada fue la Inquisición Española. La leyenda negra sobre este       Santo Oficio no se corresponde con la realidad, ni mucho menos.
Su personaje más representativo: Tomás de Torquemada.
La Inquisición Española tiene sus características diferenciadoras con       respecto a las demás Inquisiciones europeas.
Si bien cometió muchos abusos y es responsable de la reclusión y muerte de numerosas personas, es en el contexto general, la que podríamos denominar como más "suave". Pese a todo, su fama la convierte, por el       desconocimiento o la manipulación histórica, en la más sanguinaria, lo       cual es desde luego completamente injusto.
Se puede decir que, comparada con otras, fue una Inquisición "moderada".
¿Por qué esa fama de ser la más sanguinaria, entonces?. Todo lo       relacionado con España en esa época está inmerso en lo que se ha dado en       llamar "leyenda negra". Sin querer evadir responsabilidades, hay que       reconocer que se ha exagerado mucho.
La verdad, y sin querer ocultar o minimizar los crímenes e injusticias de       nuestra Inquisición, a cada cual lo suyo: En España hubo menos víctimas       que en otros países europeos.
Los alemanes, por ejemplo, quemaron a más mujeres acusadas de brujería, en un año, que la Inquisición Española en toda su historia. Y los franceses       mataron a más personas en una noche que la Inquisición Española en tres       años.
Pero tiene su responsabilidad sobre sus espaldas y es culpable de muchas       canalladas, que no se pueden ni se deben ocultar.
El primer tribunal comenzó a funcionar en el año de 1242, a partir de un       concilio provincial en la ciudad de Tarragona.
Pero oficialmente se considera su afianzamiento e "historia oficial" a       partir del año de 1478 y su desaparición en 1834. Dependieron de la Corona y de la Iglesia.
Tuvo fuertes altibajos a lo largo de los años, con la persecución de los       herejes, localizados principalmente entre los judíos conversos, que       todavía llevaban a cabo práticas judaizantes.
Vigilaron y mantuvieron a raya cualquier ataque a las doctrinas de la       Iglesia y sancionaron con severas penas a quienes se apartaban de lo       establecido. También llevaron a cabo una represión férrea contra los       brotes protestantes e impidieron la libertad de expresión.
La Inquisición Española tiene un nombre por encima de cualquier otro:       Tomás de Torquemada, (1420-1498).
Este siniestro personaje se considera el primer Inquisidor General del       Tribunal, y fué un acérrimo perseguidor de judíos y de herejes.
Fue uno de los tres confesores que tuvo la Reina Isabel La Católica, y       quien puso ante los Reyes a la firma el decreto de expulsión de los judíos       de España.
El Rey Fernando no era partidario de esta persecución a los judíos, pues       tenía ascendiente judío por parte de su madre.
Torquemada fue el típico integrista cristiano, digno ejemplar       representativo de la sociedad del siglo XV.
Mandó ejecutar a más de tres mil personas y los que fueron a prisión       fueron muchos más.
Torturas, ejecuciones, confiscaciones, degradaciones, fueron sus prácticas       diarias sobre quienes consideraba enemigos de la Fé.
Cada cárcel del Santo Oficio era una antesala del Infierno y hasta el       Diablo se sentiría espantado.
Ni los gritos, llantos, lamentos o súplicas ablandaban el corazón       endurecido de los inquisidores.
Recuerdo que en mis tiempos de niño fui a cantar con el coro de mi colegio
al que pertenecía, al convento donde fue enterrado este "santo" varón: El       convento de Santo Tomás de Aquino, en la histórica y amurallada ciudad de Avila.
Allí, durante un tiempo, íbamos a ensayar diariamente, para formar con       nuestras voces blancas, un coro con las graves voces de los dominicos y       poder hacer una misa solemne cantada el día de su patrón Santo Tomás de       Aquino.
Y recuerdo los frescos pintados en las paredes, con figuras de tormentos       que sufrían los pecadores cuando caían en manos del Maligno. Y mi       imaginación infantil se disparaba.
Y uno de los dominicos tenía la manía de llevarme a ver una especie de       cueva donde tenían almacenados, unos encima de otros, cajones       desvencijados, rotos, por los que asomaban los esqueletos de sus       compañeros muertos, llenos de polvo y telarañas. Quería que yo meditase en la Muerte.
Este convento fue construído por intermediación de Torquemada y con       dineros de la Corona de Castilla.
El fue enterrado allí, pero durante la Guerra de la Independencia su tumba       fué profanada y sus cenizas esparcidas al viento. Ni siquiera ha podido       descansar en paz.
Aún sin Torquemada, el convento me pareció siniestro y no pasaría una       noche allí por nada del mundo. Lo único que me gustó era el vino de Misa y las pastas de té con que nos obsequiaban los compañeros del tal Torquemada al finalizar cada ensayo.
Generalmente, las actividades que más se conocen a nivel popular, de       todas las que ejerció la Inquisición, figuran las referentes a la Caza de       Brujas. De tal forma se llevó a cabo esta represión que ha quedado la       expresión "Caza de Brujas" como sinónimo de cualquier tipo de persecución.
Las brujas no siempre fueron perseguidas por la Iglesia. De hecho, antes       de la aparición de la Inquisición, antes del siglo XIII, la Iglesia       mostraba actitudes más tolerantes sobre cualquier tema, con sus       excepciones, claro. La brujería se consideraba algo poco serio, propio de       la superstición.
Casi siempre se habla de brujas, y muy poco, aunque también, de brujos.
Parece que se prestó más atención a la brujería femenina que a la       masculina, resultado de una tremenda frustración y represión mental de       carácter sexual que sufrían los monjes cristianos y en general todos los       que llevaban una vida célibe. Esa misma obsesión contra el sexo y esa       prevención contra la mujer la viví en persona durante mis diez años de       internado, primero con las monjas, y posteriormente con los curas.
La mujer representaba para el hombre de Iglesia el símbolo de la       incredulidad, de la ambición y de la sensualidad. Era pues un enemigo a       reprimir, a controlar.
Claro que ésto de considerar a la mujer como "el pecado con patas" no es       privativo del Cristianismo.
Así pues, todo cambia a finales del siglo XIV y principios del XV. Y de la       mano de los dominicos, integristas donde los haya, aparecen numerosos       tratados contra la brujería, entre los que destaca un mamotreto titulado       "FORNICARIUS" , (3 tomos), del dominico John Nider, (1380-1483).
Se puso de moda, desgraciadamente, el ejecutar mujeres acusadas de       brujería, a quienes se obligaba a confesar sus actividades y sus       fornicaciones con el Diablo mediante la tortura. Claro que, mediante la       tortura cualquier persona confiesa lo que sea, real o no.
Uno de los "valientes", (la Iglesia tuvo muchos), en esta caza fue el Papa       Inocencio VIII a quien no se le ocurrió nada más inteligente y útil que       publicar una bula impresentable, llamada Bula Bruja. Esta "joya" se       convirtió en ley para toda la Europa de entonces, (hablamos de 1484), y       permitió dar apariencia legal al exterminio de brujas por parte de la       Inquisición.
La Inquisición creó, a su vez, un manual llamado "Malleus Maleficarum" ,       ("El Martillo de las Brujas"), realizado por los monjes dominicos alemanes       Henry Institoris y Jacob Sprenger, con instrucciones para las autoridades       e inquisidores sobre cómo tratar a las brujas.
Obispos católicos, reformistas protestantes, y en general todo el mundo,       querían ver a las brujas quemadas y exterminadas. Y curiosamente, a       algunos de estos perseguidores les entraba más la furia exterminadora      contra las brujas buenas, que contra las brujas malas. Perseguían y       mataban a todas, pero odiaban particularmente a las brujas buenas y no me       preguntéis por qué, porque no lo sé.
¿Cuántas pobres desgraciadas murieron por culpa de estas mentes       retorcidas?. Hasta el siglo XVIII nada menos que medio millón de personas, casi todas mujeres. Y no olvidemos que la sociedad de entonces era cerril e irresponsable como sus dirigentes, aunque es de suponer que éso era así porque así era la doctrina religiosa y enseñanzas de comportamiento social que recibían, y en más de una ocasión fué el propio pueblo quien linchó a las supuestas brujas. No olvidemos que la Religión, cuando no es razonada sino aceptada en todo sin plantearse disentir en nada, se convierte en fanatismo.
Los juicios de la Inquisición se hacían bien en sus centros oficiales, o       en acto público multitudinario, en plena calle, lo que recibía en este       último caso el nombre de Autos de Fé, todo un espectáculo en aquellos       tiempos en que no había mucho en qué entretenerse.
Por el ropaje y las máscaras o símbolos que les ponían, la gente sabía ya       quién era la víctima y de qué se le acusaba.
Y comenzaba la pesadilla.
Hay varios instrumentos de tortura empleados por la Inquisición que me       llaman la atención, y que pude ver y "tocar" en mi visita al "Museo de los       Horrores" de Toledo.
"La Cuna de Judas" y la "Dama de hierro".
La "Cuna de Judas" consistía en una pirámide, sobre la cual, y a una       determinada altura se colocaba al reo, hombre o mujer, y mediante un       sistema de cuerdas y poleas se dejaba caer con fuerza, de forma que el       vértice de la tal pirámide  desgarraba el ano o la vagina de la persona       condenada.
La "Dama de hierro" era una especie de figura humana de metal, que se       abría dejando ver una serie de agujas de hierro que al cerrarse       atravesaban el cuerpo de la víctima a la que se encerraba dentro.
El potro, otra "maravilla" de la mente humana era un instrumento cuya       misión era estirar los brazos y piernas del condenado, hasta descoyuntarlo.
Existía otra tortura que consistía en hacer beber agua a la fuerza a la       víctima, hasta reventarla. (Me cuesta creer que ésto se pueda hacer, la       verdad).
"La sierra" consistía en colgar boca abajo al reo. Con una sierra se       aserraba a la víctima, partiendo de la ingle. El reo no moría hasta que el       aserrado no sobrepasaba un poco más del ombligo. Os podéis imaginar el       suplicio. Se aplicaba a los homosexuales.
El "aplastacráneos" consistía en un tornillo con un capacete que se       "aplastaba sobre el cráneo del condenado, haciendo girar el tornillo.
Quemar con hierros candentes, cortar miembros, azotar con látigos, y la       quema en la hoguera, entre otras torturas, nos dan una idea de la bondad       de aquellos siervos de Dios.
Fué una época oscura, que evidentemente hay que situarla en su momento, y cosas que hoy nos parecen horribles, para aquellas mentes de aquellos       tiempos eran normales, pues si de algo carecían era de sensibilidad y si       algo les sobraba era ignorancia y estupidez.
Pero si en ésos tiempos podríamos considerar estas cosas casi como       "normales", lo que no es comprensible es que la Iglesia actual no haya       condenado a la Inquisición, y la justifique de alguna forma. De hecho       tenemos una continuación de élla en la actual Congregación para la       Doctrina de la Fé, que es la versión moderna de la Inquisición, y que       tiene los mismos fines que tuvo en su día: Perseguir y sancionar cualquier       desvío de las doctrinas o de la Fé en un camino que no esté aprobado y       reconocido por la Iglesia.
Afortunadamente los tiempos han cambiado, y ya no se les permitiría llevar
a cabo las barbaridades de antaño, pero sí sancionan, a veces con dureza,       a los miembros de su rebaño que se descarrían, si pertenecen al clero.
Su misión principal es, aparte de velar por la pureza de la doctrina,       divulgar esa doctrina a través de los medios que están a su alcance, con       publicaciones y medios de comunicación, fomentando conferencias,       seminarios, cursos, etc. en los que se nota un tremendo inmovilismo y muy       poca adaptación a los tiempos actuales.
Precisamente el actual Papa fue nombrado en su día (1981) el Prefecto o       cabeza visible del Santo Oficio. Con este hombre quiso Juan Pablo II       devolver la dureza a este tribunal, dureza que se había suavizado con el       Concilio Vaticano II. Consiguió esa dureza, y su mandato constituyó un       paso atrás del Santo Oficio, en su camino de adaptarse a los tiempos.
El Santo Oficio es excesivamente tradicional y defiende conceptos, hechos       e ideas que hace tiempo están en cuestión en el seno del Catolicismo, y       que no están dispuestos a aceptar.
Es el Integrismo puro y duro del Catolicismo, al nivel del que se puede       esperar de organizaciones como el Opus Dei, a quien el anterior Papa dió       el carácter de Prefectura y canonizó, ante el asombro mundial, a su       fundador Escrivá de Balaguer, (1902-1975).


 
 
 
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