El otro lado de la pared

Mi vecina es una escandalosa, especialmente cuando practica sexo con su novio. Y lo hace tan a menudo, y habitualmente de madrugada, que es rara la noche en la que no despierto a causa de sus gritos enloquecedores,  frenéticos y pasionales.

 

Pero no son solo sus berridos de hiena, a eso podría acostumbrarme. El verdadero problema es el cabecero de la cama, que golpea la pared una y otra vez con cada empujón de su puñetero novio. La verdad es que me los imagino a los dos desnudos en plena faena encima de la cama y la escena no resulta tan desagradable. Ella está bastante bien, tiene un cuerpo bonito  y él, bueno, él…  sus imágenes están vetadas en mi cabeza.

 

Muchas veces pienso que me gustaría estar al otro lado de la pared, montado a horcajadas sobre Dolores y embistiéndola como un animal embravecido. Tengo que conformarme con tocarme; lamentablemente yo  duro bastante menos que la dichosa parejita porque cuando ya he terminado los tortolitos siguen empeñados en continuar, con sus jadeos, gritos, exclamaciones  y el puñetero cabecero erre que erre contra la pared.

 

Los fines de semana me da exactamente igual que le den al mambo una y otra vez, incluso cuando trabajo de tarde. Por mí pueden follar todo lo que sus cuerpos aguanten y por lo que llevo comprobado aguantan mucho. Los dos cabrones son tan insaciables como incansables. Sin embargo lo llevo bastante mal  cuando tengo relevo  de mañana, como esta semana, no puedo soportar sus estridentes jadeos, los golpes en la pared, los rugidos  de gata en celo que  Dolores escupe a través de su boca hambrienta de sexo. ¡Tengo que levantarme a las cuatro de la mañana, por Dios! Tal vez mucha gente no lo entienda;  para mí supone  una tortura.

 

Jamás les he dicho nada. No me he quejado.  Si soy del todo sincero, me da bastante vergüenza llamar a la puerta y pedirle a mi vecina que deje de berrear como una cerda. Al menos a él rara vez lo escucho, es bastante más moderado. No. Jamás me he referido a este asunto cuando he coincidido con  Dolores  por las escaleras pero hoy estoy francamente sensible y llevan ahí dale que te pego casi tres horas y sus chillidos  me resultan  bastante más horrendos que otras veces , tanto, que estoy  más cachondo de lo habitual.

 

La verdad es que estoy hasta los cojones. Me he puesto tapones en los oídos pero  todavía oigo a la hija  de puta chillar como si la estuvieran cortando en pedazos. Y la cama. Golpe tras golpe en la pared. Uno tras otro. Parecen puñetazos  o los zarpazos de una bestia inmunda. Horrible. Incluso he subido el volumen de la televisión pero ni los tiros de la vieja película de vaqueros donde unos forajidos   asaltan el ferrocarril cargado de oro logran mitigar el conciertazo sexual que acontece en la casa de al lado. ¡Malditas paredes! Permiten todo sonido y ya estoy cansado. Se lo están pasando jodidamente bien y eso es algo que comienza a darme rabia.

 

Dos horas para levantarme e ir a trabajar y no dejo de dar vueltas sobre  la cama. Golpeo la almohada, hundo mi cabeza en ella y estos dos cabrones no tienen pinta de dejarlo. Que están disfrutando es algo obvio, lo sé yo y todo el vecindario pero hoy… hoy voy a joderles el sexto o séptimo polvo.

 

Me pongo unos vaqueros y una camiseta  para estar medianamente presentable cuando alguno de los dos abra la puerta. Me imagino a Dolores completamente desnuda, o quizá envuelta en una bata sugerente e invitándome a sumarme al folleteo nocturno… aunque seguramente me abrirá el pringao de su novio con la espada desenvainada. Da igual. Para tocar los cojones estoy yo ahora.

 

Salgo de mi piso y dejo la puerta abierta. Ni siquiera he cogido las llaves. No voy a tardar demasiado. Llamó al timbre y los gritos en  la casa de mi vecina se convierten en bramidos infernales. Nunca he escuchado a un cerdo lanzar sus alaridos en el matadero pero imagino que deben sonar muy parecidos.

 

Pese a mi insistencia, los gritos de Dolores no persisten y se oyen ruidos muy extraños en el piso. Deben de estar sobre una mesa, en la encimera, sobre la lavadora o en el puto suelo.  De cualquier modo la tiene que estar poniendo fina aunque viendo lo que ella está disfrutando miedo me da su novio, que debe acabar el pobre como a mí me gustaría acabar alguna vez. Ya he dicho que me entusiasmaría  estar al otro lado de la pared, es algo que no voy a negar.

 

Empiezo llamando sutilmente a la puerta. Nada. Siguen follando como conejos. Harto de todo, acabo por propinar patadas tremendas a la puerta. Sé que los cobardes de mis vecinos andan ojeando a través de sus respectivas mirillas pero ninguno de ellos tendrá el valor suficiente para abrir sus puertas y sumarse a mis protestas. ¡Amargados de mierda!

 

Un momento. Por fin. Dolores ha dejado de gritar. O bien ya han llegado al final (cosa que me extrañaría) o mis golpes han surtido efecto. Por si acaso sigo dando patadas. No pienso detenerme hasta que se abra la puta puerta. 

 

Oigo ruidos al otro lado. Pasos. Alguien se acerca a la puerta. Dejo de dar golpes. La cerradura suena. Se disponen a abrir. Esbozo una sonrisa en mi cara de pocos amigos y me preparo para recibir a cualquiera de los dos idiotas.

 

Prefiero que sea Dolores, la verdad. Me gustaría verla toda sudorosa, con sus enormes ojos verdes y su melena rizada de color cobrizo, oliendo a sexo.  Sería casi un sueño. Sin embargo, soy consciente que probablemente abra su novio con el ceño fruncido y me estampe un puñetazo en la cara, sin mediar palabra alguna.  Denuncia al canto, por supuesto.

 

Mi sorpresa es mayúscula.

 

La puerta se abre y no aparece  mi vecina la ninfómana. Tampoco el imbécil de su novio. En su lugar, veo el rostro regordete y asustado de un hombre de edad avanzada que al verme abre del todo la puerta. 

 

No puede ser. Va vestido como… ¿un sacerdote? Ya lo creo que sí. Incluso lleva una Biblia abierta en una mano y en la otra… un enorme crucifijo.

 

-Dios le bendiga.

-¿Qué cojones?

 

Extiende su mano y me entrega el crucifijo. De nuevo se escuchan los gritos de Dolores en su habitación. Han vuelto a empezar… ¿Qué demonios pinta aquí un jodido sacerdote?

 

-Ayúdeme buen hombre.-me dice con un susurro de voz. El cura tiembla como un niño asustado. La Biblia se mueve tanto entre sus manos que parece que se va a caer en cualquier momento. Tiene el rostro plagado de arrugas, más parece una máscara monstruosa que la cara de un ser humano. Es tan viejo y está tan arrugado que parece  un higo. Se da la vuelta y se dirige a la habitación. ¿Qué tipo de orgía ocurre allí dentro?  A este tipo le gusta el mambo, claro.

 

La puerta se cierra cuando él entra. Oigo que dice algo pero su voz casi queda recluida a la nada por los alaridos exhaustos  de Dolores. La muy jodida debe estar en el séptimo cielo otra vez aunque más parece que sus gritos proceden de las oscuras profundidades del infierno.

 

¡Qué cojones, ya que estamos yo también quiero mirar! ¿Participar? ¡¡Ya veremos!!

 

Cruzo el umbral y no me molesto en cerrar la puerta. Llevo  el crucifijo en las manos. La imagen de Cristo tiene el rostro desfigurado y está manchado de algo oscuro. Llego hasta la puerta de la habitación. Los gritos de Dolores son tremendos, horripilantes. Se me está poniendo la piel de gallina.  Escucho claramente  el cabecero golpeando la pared con impetuosidad. ¡Madre mía, estos dos se merecen un monumento!

 

Abro la puerta y la escena que se presenta ante mis ojos me deja completamente petrificado.

 

-¡La madre que lo parió!

 

Mi vecina Dolores está en la cama. Se encuentra completamente desnuda, con las piernas abiertas de par en par. Todo su sexo se muestra ante mí, abierto, como la boca de un lobo. Sin embargo, no es esto lo que me esperaba… o al menos no así.

 

Tiene los tobillos atados a los pies de la cama y los brazos sobre su cabeza, sujetos  al cabecero por fuertes cuerdas. Su cuerpo está magullado, con laceraciones en las rodillas y marcas de quemaduras en muslos, vientre, pecho y brazos. El puto sacerdote la ha torturado. ¡Maldito cabrón!

 

-No le mires a los ojos.

 

Tarde llegan las palabras del cura, demasiado tarde. ¿Cómo no voy a mirarla a los ojos si parece que tiene dentro de ellos dos bombillas encendidas? Toda la belleza del rostro de mi vecina es cosa del pasado. Ahora parece la cagarruta de un perro. Tiene la piel ennegrecida, sus pupilas están incandescentes, parecen brasas ardientes. Sus labios han engordado lo suficiente como para parecer demoníacos y multitud de arrugas se agitan bajo la piel de su rostro, como gusanos en la tierra.  Una visión espantosa, execrable.

 

Berrea como una condenada y la cama se eleva varios centímetros del suelo, para golpear con fuerza la pared y caer al suelo de sopetón. Ni sexo ni folleteo ni nada parecido. ¡Esto es mucho más interesante

!

-¡Enséñale el crucifijo!.-ordena el sacerdote. Lo tiene que repetir dos o tres veces porque no reacciono hasta que finalmente vuelvo a ser dueño de mis actos. Dolores, o lo que cojones sea eso ahora, trata de elevarse de la cama pero las cuerdas la mantienen sujeta. Vocifera cosas incomprensibles con una voz poderosa que debe salirle de las mismísimas extrañas. La cama se eleva. El cabecero golpea una vez más la pared. Al otro lado se encuentra  mi habitación. 

 

Lo peor de todo es que esta situación me está poniendo cachondo, mucho más que las imágenes que había creado en mi cabeza donde la viciosa de Dolores follaba a destajo   con su novio, que por cierto, yace en el suelo con el cuello partido, a la derecha de la cama.

 

Mi vecina, poseída o no, me resulta excitante. Por eso, ante la sorpresa del pánfilo sacerdote, un rechoncho siervo de Dios,  me acerco a él y le clavo el crucifijo en el ojo. Ahora puede decir el muy cabrón que tiene al Señor en su interior.

 

El orondo  cuerpo del cura cae junto a mis pies  con media lengua fuera y la Biblia queda tendida  en el suelo. No le propino una patada al puñetero libro para estamparlo contra la pared  porque sería un detalle grosero por mi parte.

 

¡Coño!, la puerta de la calle sigue abierta y probablemente los idiotas de mis otros vecinos seguirán con sus ojos pegados a las mirillas. Es pensar en la puerta y ésta se cierra muy lentamente, como en las películas de terror.

 

Sonrió pero mis labios recobran pronto su compostura, la ideal para una situación de estas características. Observo el cuerpo magullado de Dolores, que ahora respira mucho más tranquila y es cuando noto que la habitación está completamente helada como lo estaría la mano inerme de la muerte;  huele muy mal, a mierda básicamente.

 

-Hola, querida vecina.-digo para mis adentros pero mi voz suena en mitad de la habitación, mucho más profunda que de costumbre, de esas que molan y gustan en la radio.-Hace tiempo que quería tener un buen revolcón contigo.

 

La verdad es que hermosa, lo que se dice hermosa no está en estos momentos. Es asquerosa, repugnante, nadie en su sano juicio se atrevería a meter nada entre sus muslos, y mucho menos en su horrenda boca, pero a estas alturas ya debes comprender que yo, muy bien de la cabeza lo que se dice muy bien, no estoy. No supone ninguna sorpresa para ti, ¿verdad?

 

Lo que ocurre es que la muy golfa me ha puesto caliente durante meses y ya es hora de pasar un rato con Dolores, que pese a estar tomada por el Mal, continúa teniendo  las tetas grandes y  bonitas y parece dispuesta a dejarse arrastrar a mi propio infierno. Miro de soslayo el cuerpo muerto de su novio, que parece mirarme con los ojos abiertos y cara de estúpido y le mando a freír espárragos.

 

Dolores me observa con sus ojos candentes  y un  rostro pérfido  y demoníaco. Me sorprende pero no me asusta. Es más, me atrae. 

 

Jadea con dificultad. Su respiración es lenta y parece que tiene problemas en expulsar el aire. Recorro su cuerpo con mi mirada y noto que a cada segundo que pasa me siento más y más excitado. Dolores saca la lengua, una lengua muy larga y delgada  casi como la de una culebra y se humedece sus  mugrientos labios. Mueve su cuerpo como lo haría la bailarina de un sultán y su danza  se convierte en una lúgubre invitación  para  disfrutar, a tope, de su cuerpo.

 

Por ese motivo, y a pesar de que voy a ahorrarte la escena de sexo que se va a producir a continuación por resultar bastante desagradable,  hago un sutil y apenas perceptible movimiento con los dedos y las cuerdas que la tienen atada comienzan a moverse bajo mi influencia; queda desatada en cuestión de segundos. 

 

Dolores se incorpora en la cama y me observa con inquisitiva atención. Consciente o no, parece no comprender absolutamente nada y no quiero discernir, en este momento,  sobre la naturaleza de lo que sea que tiene ahí dentro y que ha tomado posesión tanto de sus actos como de su voluntad.  No es importante para mí porque sencillamente me da igual.

 

Parpadeo y la luz se apaga, como por arte de magia, aunque en realidad es un toque diabólico del que rara vez hago gala. Me quito la ropa con rapidez y ya con el cuerpo completamente desnudo me subo a la cama y estiro los brazos para agarrar las piernas  sucias y heridas de Dolores. Al tocarla la noto caliente, no tanto como yo, por cierto, y me siento dichoso por encontrarme por fin al otro lado de la pared. Esta vez seré yo quien empuje  con fuerza y pasión, como un animal enloquecido y los golpes del cabecero serán a mi cuenta.

 

Cuando entro en el cuerpo de  mi vecina, Dolores se estremece y exhala un quejido placentero. Pasa las  manos por mi espalda y me araña con sus uñas podridas provocándome varias  heridas de las que expulso sangre y pus y en ese momento mis ojos se vuelven mucho más incandescentes que los de Dolores, faltaría más.

 

Al final de todo, mis compañeros y amigos van a tener razón cuando dicen que en el fondo…  algo de diablo sí que tengo.

 

 
 
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