El circulo de sal (II)

“El Precio”

 

 

Yolanda lo había conseguido. Su abuelo regresó de la muerte. Los golpes que había dado desde el interior del ataúd al despertar y sus gritos angustiosos causaron sorpresa entre todos los asistentes al funeral.  Varios hombres se apresuraron a bajar el ataúd. Los ruidos seguían sonando con violencia allí dentro. Una vez abierto, el rostro desencajado del abuelo apareció cubierto de sudor y de una expresión espantosa. Al ver caras  conocidas frente a él, el anciano torció sus labios hinchados y esbozó una sonrisa. Lo sacaron del ataúd con sumo cuidado. Mucha gente se santiguó, hubo quien dio las gracias, quien lloró, quien permaneció en silencio consternado. Lo sentaron sobre una tumba. Llamaron a un médico a pesar de que parecía tener buen aspecto.

 

Arrodillada dentro del círculo de sal, Yolanda descubrió la figura oscura que había en el salón y que tomó asiento frente a ella. Era un ser completamente calvo, con las orejas puntiagudas y un rostro duro y perverso que la observaba a través de unos ojos de color amarillo. Estaba desnudo y su piel era negra, como si hubiera sido quemado hacía ya varios años. Yolanda descubrió decenas de llagas cubriendo el cuerpo de aquella criatura de las que emanaba sangre y pus. Sintió un miedo visceral. La perversa mirada de aquél demonio penetraba en la intimidad de su alma.

 

En el cementerio reinaba la alegría y la extrañeza. El hombre que había estado a punto de ser enterrado observaba confundido a su alrededor. Miraba los rostros de sus familiares, la alegría de sus ojos. Le temblaban las manos y tosió varias veces. Escupió sangre. Detuvo su mirada en todos y cada uno de los presentes. Su mirada apagada pronto se cubrió de un brillo de extrema vitalidad y volvió a sonreír repleto de felicidad… hasta que sus ojos buscaron con mayor intensidad entre las personas que lo observaban asombradas. Se detuvo de nuevo en las caras de todos y cada uno de los asistentes al entierro.  Poco a poco su mirada se oscureció y su rostro se volvió sombrío al descubrir que entre los presentes no se encontraba su preciosa nieta.

 

Yolanda sabía que bajo ningún concepto  tenía que salir del círculo de sal. Agachó la cabeza para eludir la presencia de la criatura infernal y repasó los pormenores del ritual. No se le había olvidado nada en absoluto. Su abuelo debía haber vuelto a la vida. No entendía por qué había surgido de las sombras aquél inquietante ser. Trató de leer de nuevo algunos pasajes del libro pero el lenguaje le resultaba ya incomprensible. Tuvo que soltar el libro cuando sus hojas comenzaron a arder y una bola de fuego lo redujo  a un puñado de  cenizas calientes.

 

El abuelo trató de incorporarse pero no tenía las fuerzas suficientes. Fue ayudado por dos de sus hijos. Balbuceó el nombre de su nieta varias veces. Sacudió la cabeza y las lágrimas brotaron de sus ojos.

 

La herida producida por el cuchillo le dolía mucho. Yolanda comenzó a temblar mientras sus ojos se volvían del revés, mostrando un color marfil, mientras el demonio invocado la observaba con inusitada paciencia, como si estuviera bebiéndosela poco a poco. El cuerpo de Yolanda sufrió varias convulsiones y una brisa helada barrió la estancia y apagó  las velas.

 

La gente se cubrió  de horror al percatarse que los ojos del anciano se habían llenado de sangre y que ésta resbalaba por sus mejillas al mismo tiempo que su cuerpo se inclinaba hacia delante para vomitar. El abuelo de Yolanda sufrió varias arcadas y arrojó al suelo trozos de cuerda y afilares, como si su estómago quisiera desprenderse de un dolor  insoportable. A pesar de que algunas personas trataban de sujetar al anciano, otros se apartaron al advertir que algo pequeño y oscuro se movía entre los vómitos. Entonces, el viejo lanzó un alarido escalofriante que resonó en el cementerio como el lamento de un fantasma atormentado.

 

El cuerpo de Yolanda se elevó veinte centímetros del suelo mientras su cabeza se ladeaba a un lado, como si el cuello de una muñeca se hubiera roto. Flotó durante unos instantes mientras la sal del círculo se prendía y una columna de llamas se alzaba, rodeando el cuerpo de la chica. La criatura se levantó y se introdujo en el círculo, pasando por entre las llamas. Levantó sus brazos y agarró a Yolanda. La trajo hacia sí.

 

El anciano pronunciaba el nombre de su nieta una y otra vez y lloraba lágrimas de sangre mientras seguía sufriendo arcadas y vomitaba cosas incomprensibles. De su cuerpo llegó a salir fragmentos de cristal,  botones  y trozos de tela. Bramaba como un poseso y trataba de calmar el dolor que llevaba en su alma. Hasta que dejó de moverse y permaneció de pie, inmóvil, observando a todos los presentes, como si fuera una figura de cera…

 

Poco después, en la casa, concretamente en el salón, encontrarán los restos de un círculo de sal y un libro quemado de Magia Negra y Brujería; manchas  de sangre cuyo análisis indicará que pertenecen a Yolanda;  un cuchillo afilado y varias velas apagadas, a medio consumir; un extraño olor a azufre; huellas de pies descalzos, deformes y grandes y que no corresponden a ningún ser  humano. De Yolanda, tal y como te puedes imaginar,  ni rastro. 

 

Semanas después, el abuelo de Yolanda morirá  definitivamente en el hospital en el que será  ingresado tras su extraña resurrección y caer  en un estado de catatonia irreversible. Su cadáver dejará  una espantosa mueca de terror en su rostro, los dedos de las manos agarrotados y un extraño brillo en los ojos que tardará en desaparecer.

 

Nunca encontrarán a Yolanda, jamás, aunque con el tiempo habrá  quien asegure  haber sido testigo de  una extraña figura  deambulando  por el cementerio, cerca de la tumba del anciano.  Muchos pensarán que podría tratarse de ella, pero nadie, absolutamente nadie, querrá hablar de ello…

 

…de cualquier modo,  jamás se escucharán   los gritos de Yolanda, sus lamentos y súplicas, los sollozos eternos, pues el lugar donde yacerá   atrapada, eternamente,  no pertenece a este mundo.

 

Aún no entiende, y nunca comprenderá, el precio que ha tenido  que pagar por querer abrazar de nuevo a su abuelo.

 

 

 
 
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